Las cajas de ahorros tienen que optar ahora por preservar su clásica configuración de entidades parapúblicas, con una propiedad difuminada, con órganos de representación que representan a sus entidades fundadoras, a los clientes -al menos formalmente-, a los ayuntamientos en los que operan y también a sus empleados o transformarse en bancos. En esta segunda opción, los partidos políticos que son los que actúan como auténticos “accionistas delegados” en las cajas, están obligados a buscarse socios que arriesguen su dinero. Esto es, podrá aterrizar otro jeque, de la familia Al Thani o de otra similar, con la máquina de chorrear dólares montada en un Rolls y comprarse la Caja de San Quirico del profesor Abadía. Y sin que se le mueva el turbante.
Así las cosas, podrán mantener el viejo esquema quienes hayan hecho una gestión prudente de lo que tenían entre manos y hayan mantenido un equilibrio para conjugar el triángulo que forman ingresos, gastos y riesgo. Como en los clubs de fútbol, me temo, será difícil alcanzar un acuerdo sobre cuál de los dos modelos es mejor para conseguir los objetivos que se persiguen.
Hay, sin embargo, una sutil diferencia en este paralelismo. En el sector financiero no existe una televisión que soporte con sus contratos la cuenta de resultados de las cajas de ahorros. Me temo que si sus presidentes venden los derechos de retransmisión de los análisis de riesgo, las concesiones de crédito, las imposiciones a plazo, etc., el ‘reality’ resultante no tendría demasiado éxito y el ‘share’ de pantalla sería marginal.