Ya ha tenido mala suerte el sector eólico. Para una medida que adopta el Gobierno y la mantiene después de haberla anunciado –la preasignación de parques eólicos-, sin caer en la tentación de echarse atrás como ha sucedido con el resto de iniciativas, les tiene que tocar a ellos y les arrolla.
Aunque tiene razón Calvet en asegurar que lo sucedido es fruto de la “improvisación” del Ministerio de Industria –si fuese éste el único elemento de improvisación del Gobierno, sería para Matrícula de Honor-, al no ser capaz de prever las consecuencias que tendría su decisión de paralizar durante ocho meses las autorizaciones de nuevos parques eólicos, también es cierto que en el fondo subyace una guerra industrial. La de los eólicos, frente a los termosolares. La del viento, frente al calor. Y ya está claro que el Gobierno se inclina del lado de los segundos, de los que quieren generar electricidad calentando primero sales y luego agua para generar vapor. Una tecnología aún incipiente, pero en la que el gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero ha depositado muchas esperanzas de futuro.
Si alguien tenía dudas, el documento repartido ayer por la Vicepresidenta del Gobierno para asuntos económicos, Elena Salgado, lo deja claro. En su Anexo 2, el Ejecutivo desvela la fotografía de producción de electricidad que quiere en el año 2020. Y con una simple calculadora puede uno llegar a la conclusión de que Zapatero admite que la potencia eólica instalada se multiplique por 2,2 –que incluye un bienintencionado propósito de desarrollo de la tecnología ‘off shore’, de generación en el mar-, pero aspira a que la potencia solar se multiplique por 3,8. ¿No será que los ecologistas arman menos jaleo con los huertos solares que con los molinillos en los montes?
Traducido al castellano antiguo, el mensaje del Gobierno a los eólicos es algo así como: “Ya habéis pillado bastante, relajaos un poco, que ahora tienen que pillar estos otros”.