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Manu Alvarez

Bank Notes

El nuevo San Mamés puede esperar

Con la que está cayendo en el terreno económico, con lo que aún falta por caer y con las veces que va a tener que decir “no” la Administración en los próximos meses ante las demandas de numerosos sectores en dificultades, resulta difícil digerir que las arcas públicas vayan a liberar dinero, aunque sea tan sólo un euro, para construir un nuevo campo de fútbol en la capital vizcaína.

Me suena al debate en el seno de una familia, en la que uno de los cónyuges acaba de quedarse sin empleo y cobra del INEM una cantidad equivalente al 50% de su salario. La discusión se centra en la conveniencia o no de cambiar la segunda vivienda. No la primera, sino la de veraneo. El apartamento comprado en una localidad costera hace ya 20 años se ha quedado antiguo, es pequeño y además es un cuarto piso sin ascensor. Los amigos de los hijos tienen que dormir en el suelo cuando van de visita y nunca se puede invitar a más de tres a la vez. Uno de los cónyuges, el que tiene empleo, lo ve claro. “¿Que no tenemos dinero suficiente? Ningún problema, nos endeudamos, hipotecamos el adosado ese que hemos visto y ala, a estrenar segunda vivienda”. El otro cónyuge, el que se ha quedado en paro, no deja de repetir “¿y si esperamos unos años hasta que se arregle lo mío? Para enredar un poco más la situación, el hijo pequeño, Antonio, amenaza con no volver a pasar las vacaciones de verano con sus progenitores si lo hacen en el viejo apartamento. “O hay adosado o no vuelvo con vosotros, que ya soy mayor y me puedo quedar sólo en Bilbao”, ha amenazado.

El cónyuge ‘pro’ está encelado con la cuestión –es habitual en él lo del encelamiento pasional- y amenaza con utilizar el tema para enfrentar a toda la familia y amigos con el cónyuge ‘anti’. Al fin y al cabo, ninguno de ellos –ni hijos, ni suegros, ni amigos- creen asumir riesgo alguno en la operación y todos, sin excepción, estarían encantados con el adosado. Unos para pasar las vacaciones, otros, simplemente, para ir de visita. Se equivocan en el análisis del riesgo, porque como quiebre la economía del matrimonio la mayor parte de ellos van a tener algún roce. Lo del hijo pequeño, lo de Antonio, es otra cosa. En realidad, lo del nuevo adosado en sustitución del viejo apartamento le trae sin cuidado. Hace ya unos meses que a él lo que le interesa es buscar una excusa nueva cada semana, con aliados puntuales, para tocarle un poco las narices al cónyuge ‘anti’. Es la fórmula que tiene de protestar y de recordarle que, en su momento, se negó a comprarle la moto que quería, aquella flamante bicilíndrica que vieron un día en el escaparate de una tienda de Vitoria. Hoy es el adosado, mañana la paga semanla y pasado la hora de llegada a casa. Una excusa a la semana hasta que caiga la moto. Y si no cae, por lo menos que lo pague con un dolor de cabeza permanente.

El descenso de ingresos de las diputaciones –y por tanto del Gobierno vasco y de los ayuntamientos- se cifra en estos momentos en el 25,5%, en comparación con 2008. No hay dato alguno que permita vislumbrar que en 2010 van a aumentar los ingresos. Más bien al contrario, hay muchas razones –aumento del paro; descenso de los beneficios empresariales y mantenimiento de la atonía del consumo, etc.- para pensar que de nuevo habrá un descenso de ingresos, aunque de magnitudes más moderadas. Esto es, en 2010 habrá menos dinero en la familia.

Voy a obviar el debate más profundo. El de si los poderes públicos deben construir la fábrica a una empresa privada, que tiene más de 30.000 socios, que además paga a sus empleados unas cantidades astronómicas y, sin embargo, cobra a sus clientes unas cantidades tan fuera de mercado que a duras penas le da para mantener la actividad y menos aún para reponer sus activos. No tengo una posición cerrada al respecto y encuentro razones para justificarlo y para rechazarlo al mismo tiempo. De entrada me sale decir que no, pero también es cierto que hay muchas empresas privadas en el País Vasco –en el ámbito industrial, me refiero- a las que no sólo les han construido la fábrica desde los poderes públicos, sino que les han dado mucho más. Tengo cinco o seis nombres en la cabeza. Sin retroceder mucho en el tiempo, hace tan sólo unos años el diputado general de Vizcaya estaba dispuesto a construirle una fábrica al grupo de construcción Afer, a formarle la plantilla, a pagarle los gastos en investigación y desarrollo y a comprarle seis meses de producción. Y algunos, me incluyo, hasta estábamos de acuerdo. También es cierto que a otros clubs profesionales del País Vasco –de fútbol o baloncesto- la Administración les ha construido la ‘fábrica’ de mil amores. Pero en la balanza también hay que poner que en los próximos meses se van a caer muchas empresas, que algunas decenas de miles de vascos van a con sus huesos en el INEM y que la sanidad pública de la comunidad autónoma comienza a tener serios problemas de calidad por falta de recursos, humanos y materiales, etc. O, también, que los alaveses reclaman ya que les amplíen su flamante ‘Buesa Arena’ y que los donostiarras pedirán alguna inversión de características similares.

La cuestión que impone la coyuntura es la prudencia en el gasto y la elección cuidadosa de las prioridades de inversión. Más aún. Un vistazo a las declaraciones de muchos políticos en las últimas semanas permite vislumbrar que la anunciada subida de impuestos –atentos, que nos la van a clavar- se justifica sobre la base de la “necesidad de mantener el gasto social”. Y un cuerno. Si peligra el gasto social –educación, sanidad, prestaciones de desempleo y quién sabe si también las pensiones en el medio plazo-, los problemas de las arcas públicas, también de las vascas, deben ser serios. Si, por el contrario, sobra dinero para cambiar de apartamento, perdón, de campo de fútbol, entonces no debe ser tan cierto que hay penuria económica y menos aún que esté justificado el aumento de impuestos. También resulta extraño que el Gobierno vasco se vea en la obligación de emitir 1.000 millones de euros de deuda este año y quizá 1.500 o 2.000 el próximo para, al mismo tiempo, destinar partidas a cuestiones que no resultan prioritarias o cuya rentabilidad social y económica es dudosa. Tiene razón Obama al asegurar que algunos no han aprendido la lección de la última crisis y que se siguen “asumiendo riesgos sin analizar las consecuencias”.


Hasta donde mi memoria alcanza, el túnel de Artxanda tuvo que esperar más de 60 años para convertirse en realidad; las obras del tren de Alta Velocidad en Euskadi se iniciaron con 15 años de retraso sobre lo inicialmente previsto y la ‘paloma’ de Calatrava se atascó también unos cinco años, al quedar atrapada por la crisis de principios de los 90.

¿Puede esperar el nuevo San Mamés algunos años, hasta que las magnitudes económicas que hoy son negativas vuelvan a ser positivas? Vamos hombre, si incluso ahora el equipo está en Europa y lleva 6 puntos de 6 en la liga. Ya se sabe… lo que funciona bien, mejor no tocarlo. No vaya a ser que….

Por Manu Alvarez

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