El nombramiento de Elena Salgado como nueva vicepresidenta segunda y ministra de Economía del Gobierno central tiene un primer significado: el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero ha decidido asumir de forma directa las directrices de ese Ministerio. La inexperiencia de la discreta ministra de Administraciones Públicas en las cuestiones económicas, por mucho que sea licenciada en la materia, es la constatación de que el presidente ha optado por un gabinete más político y menos técnico que el que tenía hasta ahora.
Con la que está cayendo, en plena recesión y sin muchas posibilidades de discernir la profundidad y duración de la crisis, la lógica lleva a pensar que cualquier presidente del Gobierno, puesto a introducir cambios en su equipo de colaboradores más estrechos, hubiese elegido a un ministro de Economía potente, capaz de tranquilizar a la población con la solvencia de su pasado y su rigor técnico y con capacidad y experiencia suficiente para adoptar medidas lo más acertadas que sea posible.
Desde que se filtró el nombramiento de Elena Salgado he apostado por la idea de que Zapatero ha quedado harto de técnicos o, al menos, de las muecas de fastidio de Pedro Solbes y sus continuas trabas a las iniciativas-ocurrencias del presidente. Aquella deducción de 400 euros en el IRPF fue una de los primeros goles que Zapatero le coló al guardián del Presupuesto y luego han venido otras muchas. “Hay poco margen para nuevas medidas” repetía Solbes con escaso o nulo éxito. Apenas unos días después, cada vez que pronunciaba esa frase, el Gobierno aprobaba un nuevo paquete de gasto con el bienintencionado propósito de reactivar la maltrecha economía patria.
Intuyo que Elena Salgado no le va a llevar la contraria al presidente, ni siquiera en privado. ¿Qué bagaje de experiencia le permitiría discutirle al presidente ésta o aquella medida? Así las cosas, Zapatero tiene vía libre para hacer y deshacer a sus anchas –competencia propia de un primer ministro-, pero quizá sea el peor momento para ello.
Habrá que refugiarse en la esperanza de lo desconocido y de la sorpresa. Bien es verdad que Solbes era el técnico más sólido que podía tener el Ministerio de Economía en estas circunstancias, pero también lo es que su hartazgo le había convertido en una especie de ser inanimado, incapaz de inyectar dinamismo en su propio Departamento. Y, en tiempos de crisis, sólo hay una cosa peor que un mal técnico al frente de un Ministerio de Economía: un ministro triste. Bien es verdad que Salgado no es la alegría de la huerta pero, al menos, siempre ha demostrado sentido común. Esperemos que lo conserve para nombrar un equipo de colaboradores de primera fila, también para hacerles caso y mucho más aún para decirle al presidente que no está el país para ocurrencias o políticas de las que sólo sirven para la galería.