Después de disfrutar de la base Primavera volvimos a Las Palmas. Había sido un día intenso, como os conté en el primer capítulo sobre el continente antártico y nunca agradecí tanto montarme en el barco como aquel día. A bordo la cena es a las 19.30 (hay un turno a las 20.30, pero nosotros estábamos en el primero) y llegamos justo para cenar. Cenamos, repasamos algunos correos y nos fuimos a dormir. Llevábamos un día de adelanto, por lo que podíamos permitirnos el lujo de ir a visitar alguna base de la península antártica. Así que durante la noche seguimos bajando hacía el sur y amanecimos en frente de la base ucraniana Vernadsky allá por el paralelo 65. Llamamos por radio, intentamos acercarnos lo más posible para poder desembarcar, pero fue imposible, había muchísimo iceberg, muchísimo bras y era muy peligroso navegar con la zodiac por esas aguas. Así que empezamos a atravesar canales antárticos: Neumayer, Gerlache, Lemaire… Impresionante. Creo que cada vez que lo recuerdo se me ponen los ojos como platos, como si estuviera viéndolo de nuevo.
No sé cómo describiros cómo son los canales… ¡Son tan diferentes a Isla Decepción! Da igual hacía qué lado mires que te encuentras grandes paredes de tierra que aparecen de la nada y alcanzan cientos de metros, glaciares que aparecen casi misteriosamente de esas paredes y acaban en el mar e icebergs, miles de icebergs flotando sobre el mar que el barco intenta ir esquivando.
Como no nos había salido bien lo de Vernadsky probamos suerte con la base inglesa Palmer, y a esta sí que pudimos bajar. Esta tanto como la ucraniana son bases permanentes, es decir, están todo el año abiertas (la nuestra, Gabriel de Castilla, sólo está abierta en el verano austral). La verdad que la base tenia de todo: una colección de DVD impresionante, al menos 1000 películas seguro que había, unos sillones que a más de uno nos hubiera gustado llevarnos a casa, tenían jacuzzi… La verdad es que mal, lo que se dice mal, no podían pasarlo.
Después fuimos a otra base inglesa, Port Lockroy y está base me encantó. No es una base como tal, en realidad es una base convertida en museo. En los años 60 abandonaron la base, en los 80 cuando volvieron a recuperarla los pingüinos la habían invadido. Desde entonces han ido restaurándola poco a poco hasta convertirla en lo que es hoy en día: un museo. Han dejado todo tal y cual estaba en los años 60: comida, ropas, la radio (que todavía funciona). Es auténticamente espectacular ver en qué condiciones vivían allí.
Y además, la base tiene un encanto especial y es que está rodeada de pingüinos, están tan acostumbrados a ver a gente (creo recordar que es el 3º sitio más visitado de la Antártida) que paseas a su lado sin que se inmuten. A mi uno mientras hacia una foto me picó, ¡y varias veces! Es este pequeñín que tenéis aquí… ¡Para comérselo!