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“Fugu wa kuitashii, inochi wa oshishii”

“Tres personas fallecieron ayer, tras sufrir una parálisis muscular generalizada, víctimas de una intoxicación tras ingerir una preparación casera de fugu”. Un titular similar a este aparece cada cierto tiempo en la prensa japonesa. Cada año, un número variable de japoneses, de entre 100 y 200 de acuerdo con estimaciones más bien modestas, fallecen víctimas de una peculiar intoxicación alimentaria.

Lo más llamativo de este fenómeno es que la intoxicación en cuestión no se debe a que el alimento consumido se encuentre en mal estado, ni a un accidente de la naturaleza similar al que provocan las mareas rojas sobre los moluscos. No, en este caso, se trata de algo diferente. El responsable de la intoxicación es un curioso pez, el pez globo. Su nombre se debe al hecho de que cuando se siente amenazado, se hincha y aumenta su volumen, adoptando una forma prácticamente esférica. Se trata de un comportamiento defensivo similar al que adoptan muchos otros animales que tratan de aparentar ser más grandes de lo que son para infundir más respeto en sus posibles depredadores o competidores.

Pero no es ese el único mecanismo defensivo del que hace gala tan aparatoso ser. A los que no se han arredrado ante el despliegue defensivo y han tenido el atrevimiento de comérselos, todavía les reserva una desagradable sorpresa. En efecto, una vez ingerido, una potente toxina que se encuentra en sus órganos provoca parálisis muscular generalizada de consecuencias fatales para el atrevido e infortunado deprededor. En humanos, por ejemplo, el efecto de la tetrodotoxina es mortal en un 60 % de los casos en los que aparecen síntomas de intoxicación.

Evidentemente, la pregunta que suscitan datos tan alarmantes es cuál es la razón por la que los japoneses asumen tan altos riesgos. La respuesta parece obvia. A decir de los gourmets japoneses, la carne de pez globo, en cualquiera de sus múltiples preparaciones, es el manjar más exquisito. Hay sin embargo quien piensa que, en el fondo, no es sino una versión culinaria y menos arriesgada de la ruleta rusa. Sea como fuere, lo cierto es que es el pescado más apreciado por los japoneses. Cada año se consumen en Japón del orden de 10.000 toneladas de este pez, y eso que es uno de los alimentos más caros de ese país.

En la Edad Media, durante el shogunato Tokugawa y, posteriormente, durante el periodo Meijí (1868-1912) el consumo de pez globo llegó a estar prohibido por las autoridades y en la actualidad se mantiene una estricta regulación sobre su consumo. Sólo está permitido el consumo de pez globo en uno de los 1.500 restaurantes en los que es elaborado por cocineros especialmente entrenados para minimizar el riesgo de intoxicación. Se requiere superar una exigente prueba –sólo lo consigue una cuarta parte de los que lo solicitan- para adquirir la correspondiente acreditación. Sin embargo, una parte importante del consumo se realiza en los hogares de los japoneses y la preparación corre a cargo de los mismos consumidores. Hay restaurantes, incluso, en los que dependiendo de quién lo solicite, llegan a servirse piezas del pez cuyo consumo está taxativamente prohibido. En 1975, un célebre actor, Mitsugoro Bando VIII, al que se había concendido el título de “Tesoro vivo del Japón”, falleció en un restaurante tras consumir cuatro platos de hígado de pez globo. Se da la circunstancia de que son el hígado, la gónada femenina y la piel, los órganos en los que más abunda la toxina y cuyo consumo está rigurosamente prohibido.

La toxina en cuestión, llamada tetrodotoxina, actúa sobre el sistema nervioso, incapacitando a las neuronas para transmitir impulsos. En todos los animales los impulsos nerviosos consisten en la propagación a lo largo de las neuronas de cambios de polaridad eléctrica entre el interior y el exterior de las membranas celulares. Esos cambios se producen porque en las membranas de las neuronas hay unos canales que, dependiendo de que estén abiertos o cerrados, permiten que pasen cargas eléctricas hacia el interior o el exterior de las células. Lo que hace la tetrodotoxina es bloquear uno de esos canales, de forma que impide el movimiento de cargas eléctricas necesario para que se propaguen los impulsos.

Parece ser que la tetrodotoxina es producida por unas bacterias que se alojan en los tejidos del pez globo, manteniendo con aquél una relación simbióntica. Lo curioso es que este pez tolera la presencia de tetrodotoxina en sus tejidos sin que su sistema nervioso se resienta. Y la razón de esa tolerancia es que los canales de las membranas neuronales a los que se ha aludido antes son diferentes en esta especie y no pueden ser bloqueados por la toxina.

Lo que probablemente muchos japoneses desconocen es que la tetrodotoxina ha resultado de gran utilidad en el campo de las neurociencias. Una parte sustancial de lo que hoy sabemos acerca del modo en que se transmiten los impulsos nerviosos se debe a la utilización de neurotóxicos, y entre ellos la tetrodotoxina, con propósitos científicos. Los neurotóxicos que actuan bloqueando canales han resultado muy útiles. Su uso, en combinación con otras técnicas, nos ha permitido conocer en qué consisten y como se producen las corrientes eléctricas que atraviesan las membranas neuronales. Y son esas corrientes las responsables de que se puedan propagar impulsos nerviosos.

Así, resulta que una sustancia natural, de efectos potencialmente letales, ha contribuido al avance del conocimiento científico en el campo de las neurociencias. Y es este campo uno de aquéllos de cuyo desarrollo cabe esperar importantes aportaciones a la salud y bienestar humanos.

Nota: la traducción del título es “Quiero comer fugu, pero no quiero morir” (verso de una antigua canción japonesa)

Aquí puedes ver un pez globo en acción:

Por Juan Ignacio Pérez

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