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Jon Garay

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¿Significa algo el título universitario?

Alguna vez, cuando se habla de la gestión de Patxi López, he oído una crítica sorprendente: algo así como ‘qué se puede esperar de alguien que no tiene estudios’. Efectivamente, el lehendakari no terminó la carrera de ingeniería industrial, pero ¿quiere esto decir que no puede ser un buen dirigente? ¿Es imprescindible el título universitario para ser un buen político o, por ejemplo, un buen empresario o incluso, por qué no, un buen ingeniero? Veamos.

La mayor parte de los diputados en España tienen carreras cursadas (preferentemente Derecho y Económicas); los hay incluso que tienen varios títulos, doctorados e incluso hay catedráticos (en la página Web del Congreso se puede ver la formación académica de sus señorías). Y, sin embargo, la impresión general es que son muy malos. Si lo son, evidentemente no es por la falta de ‘títulos superiores’. Sin embargo, a aquellos que no los tienen, sí se les achaca esta carencia. ¿Pero no habíamos quedado en que los políticos, que en su mayoría cuentan con ‘preparación superior’, eran también muy malos? ¿Acaso son peores todavía los que no tiene carrera? ¿No implica esto que el tener una o veinte carreras no le salva a uno de ser un mal político?

Se pueden poner ejemplos en un sentido y otro. Lula da Silva empezó a trabajar a los doce años y no tuvo acceso a la universidad. El caso contrario es el de Benjamin Netanyahu, que se graduó en arquitectura en el MIT, tiene un master en el Sloan School of Management (también en el MIT) y estudió Ciencias Políticas en Harvard y el propio MIT (para quien no lo sepa, el Massachusetts Institute of Technology es uno de los centros académicos más prestigiosos del mundo, al nivel de Harvard, Princeton, Oxford…). De ser cierto el ‘prejuicio academicista’, el segundo debería ser considerado poco menos que un genio y el primero, eso, una especie de advenedizo sin formación. La cuestión es si realmente alguien piensa que Netanyahu es una genio de la política por presentar semejante expediente académico.

Y esto no ocurre sólo en política. Al margen de las leyendas del ‘hombre hecho a sí mismo’ como John D. Rockefeller, Andrew Carnegie, Thomas Edison o Henry Ford (el caso de éste es singular: su gran rival, la General Motors, estuvo muchos años dirigida por Alfred Sloan, que se había graduado en ingeniería por el MIT con el mejor expediente hasta entonces. Dicho de otra forma, dos modelos contrapuestos, con y sin formación, tuvieron éxito en la misma época.-Y sí, la escuela de negocios donde estudió Netanyahu se llama así por este Sloan-), se pueden citar ejemplos recientes de cómo es posible triunfar sin ‘títulos superiores’. Bill Gates dejó Harvard, donde estudiaba Derecho, para fundar Microsoft (al parecer, su amigo Paul Allen le convenció de ello… tras dejar la Universidad de Washington); Steve Jobs apenas pisó la universidad; Michael Dell dejó la carrera para fundar la compañía de ordenadores que lleva su apellido, y, en España, Amancio Ortega ha levantado Zara sin la educación formal que se le presupone a cualquier empresario. Hasta ser puede ser un ingeniero sobresaliente sin tener el título de Ingeniería. Steve Wozniak construyó los Apple I y II sin haber terminado los estudios (lo hizo tiempo después, cuando dejó la empresa) y Burrel Smith, principal encargado del hardware del Macintosh, nunca fue a la universidad. (Cuando en una ocasión le pidieron en Apple que rellenara un documento con su formación, dijo que había ido a la ‘Universidad Wozniak’). Y lo mismo cabe decir del periodismo con los casos de Sara Carbonero, Carles Francino o Angels Barceló. Resulta que los presuntos intrusos pueden ser mejores que los honorables licenciados.

Mirar a alguien por encima del hombro por el simple hecho de no tener un título universitario no es una buena idea, primero, porque no creo que en la universidad se enseñe nada que uno no pueda aprender por otras vías (la ‘uni’ es un lugar donde se tiende a no valorar lo valioso que es el tiempo; de lo contrario, no habría que asistir a tantas y tantas clases que no sirven para nada); segundo, porque la universidad no es ningún paraíso donde uno va y sale transformado en un genio (ya lo dice el adagio latino: ‘quod natura non dat Salmantica non praestat’), y, tercero, porque en caso de ser tan enriquecedora -que no lo es-, uno puede pasar por ella y ésta no pasar por uno. En definitiva, ser competente en cualquier ámbito no implica necesariamente haber ido a la universidad. Ojalá fuera así, porque la política no nos daría tantos quebraderos de cabeza.

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