Hace ya tiempo que uno tiene la sólida impresión de que los encuentros y recepciones de la Realeza no valen para nada, que son un puro ejercicio de imagen. ¿De qué hablarán, por ejemplo, Zapatero y el Rey en sus famosos encuentros de Marivent al doblar el verano? Los medios suelen decir que sobre la situación económica o cualquier otro tema de alta política. Sin embargo, como dijo el presidente el otro día en su encuentro con el rey de Marruecos, “lo que importa es la foto”. Esta impresión, por fin, tiene algunas ‘pruebas’ en las que sustentarse.
Antes de nada, es importante partir de una afirmación más amplia: en general, las reuniones del poder no sirven para gran cosa. El economista de cabecera de Kennedy, John Kenneth Galbraith, señaló hace ya años que “hay un tipo de reuniones celebradas no porque haya alguna cosa que hacer, sino porque es necesario dar la impresión de que se está haciendo algo”. “Y es que -continuó- en una democracia auténtica y eficiente es indispensable algún que otro artilugio para simular que se hace algo cuando la acción es imposible”. Galbraith se refería a los encuentros que el presidente Hoover mantuvo con diferentes personalidades para tratar de salir de la crisis provocada por el crash de 1929. Su juicio, me temo, es perfectamente válido para las circunstancias actuales: reuniones del G-20, encuentros de presidentes con banqueros…
Los encuentros con la Realeza, bien en forma de encuentros políticos como el de Marivent o de recepciones a otras personalidades como científicos o deportistas, son una subclase de esta política de comunicación. Ocurre en España y en muchos otros lugares; de hecho, las dos ‘pruebas’ a las que me refiero tienen que ver con Bélgica y Suecia-Dinamarca. El problema es que rara vez trasciende lo que realmente se dice en esos encuentros. Ahora bien, resulta que hay algunas personas más indiscretas que otras y, por suerte, revelan las conversaciones que tienen con sus altezas reales. ¿Qué dejan en claro estas revelaciones? Que mejor no se hubieran sabido.
Una de esas personas felizmente indiscretas fue el físico Richard Feynman, que nos proporciona una valiosísimo testimonio del nivel de las conversaciones que se tienen en los tan cacareados encuentros reales. En una carta a su segunda mujer, el científico norteamericano cuenta la recepción con que unos colegas y él mismo fueron agasajados en Bruselas allá por 1961. Tras una serie de discursos sobre la evolución de la Física en los últimos años (principio de incertidumbre y lo que ello suponía de revolución para la física clásica), tema sobre el que, evidentemente, ni Balduíno ni Fabiola sabían gran cosa, Feynman se puso a hablar con la Reína. Fueron unos quince minutos de una conversación que se desarrolló, según el científico, más o menos así:
-Reina: “Tiene que ser realmente duro pensar sobre problemas tan difíciles…”
-Feynman: “No, lo hacemos por diversión, por puro placer”
-Reina: “Tiene que ser duro aprender a cambiar todas tus ideas” (en relación a los discursos que habían oído con anterioridad sobre el principio de incertudumbre…)
-Feynman: “No, todos esos tipos que han pronunciado los discursos son unos ‘carcas’ (old fogeys). Todo ese cambio ocurrió en 1926, cuando yo sólo tenía ocho años. Así que cuando estudié física sólo tuve que aprender las nuevas ideas. El gran problema ahora es si tenemos que volver a cambiarlas”.
-Reina: “Tienes que sentirte bien trabajando para la paz de esta manera”
-Feynman: “No, no pienso en si trabajo para la paz o para otra cosa. Eso no lo sabemos” (la Reina, evidentemente, no sabía que Feynman había trabajado años antes en el Proyecto Manhattan. Otro punto para ella).
-Reina: “Las cosas cambian realmente rápido. Muchas cosas han cambiado en los últimos cien años”
-Feynman: “No en este palacio” (Esto lo pensé, pero me controlé -un apunte: la recepción tenía lugar en uno de esos palacios con tapices y cuadros de los siglos XVII y XVIII. De ahí la ironía de Feynman). “Sí”, y le dio una charla sobre lo que había cambiado la física desde 1861.
Cuando terminó, la Reina, desesperada, se giró y comenzó a hablar con una mujer que tenía al lado.
El otro ejemplo al que me refiero sucedió en 1965, en la entrega del premio Nobel al propio Feynman y a otros dos colegas. Tras la cena de gala, los invitados se dirigieron a otra sala, en la que se habló de muy diversos temas. Viendo una silla vacía, Feynman se sentó y resultó que a su lado estaba una “Princesa Algo de Dinamarca”. Así fue la breve conversación:
-Princesa: “¡Oh, usted es uno de los ganadores del Premio Nobel!. ¿Qué especialidad es la suya?”
-Feynman: “Física”
-Princesa: “¡Oh!, bueno, ninguno de nosotros sabe nada de eso. Me imagino que no podremos hablar del tema”
-Feynman: “Al contrario, es justamente poque alguien sabe algo sobre ella por lo que no podemos hablar de física. Las cosas que podemos discutir son aquellas de las que nadie sabe nada. Podemos hablar del tiempo; podemos hablar de los problemas sociales; podemos hablar de finanzas internacionales -de transferencias de oro no, porque ésas están perfectamente comprendidas-, así que son justamente los temas de los que nadie sabe nada de los que todos
Después de esto, es imaginable la cara que se le quedó a aquella representante de la realeza europea. Según el físico, “aún no sé cómo lo consiguen. Tiene que haber un procedimiento que permita la formación de hielo en la superficie del rostro. Bueno, ella lo puso en práctica. Se volvió a hablar con otra persona”. Así terminó el encuentro.
A partir de ahora, cuando veáis una de estas recepciones, con esos saludos, sonrisas y poses, podéis preguntaros: ¿de qué habrán hablado realmente? De física seguro que no. ¿De economía? ¿De alta política internacional? ¿De …?