En el post anterior traté de exponer que las especiales condiciones de trabajo de los funcionarios no incentivaban a estos a dar lo mejor de sí mismos en sus labores. No deja de ser contradictorio que acceder a tales empleos sea terriblemente competitivo por el sistema de oposiciones y una vez en el cargo, tal exigencia desaparezca por completo, precisamente en el momento que más interesaría a la sociedad que rindieran al máximo.
Toca ahora dar un paso más y ver por qué la gestión pública de los recursos tiende a ser ineficiente. Para ello, citaré la explicación -con alguna variante- que ofrece Milton Friedman en el libro ‘Libertad de elegir’, escrito junto a su esposa Rose en 1979. Se puede argüir en contra del ejemplo que procede del mayor enemigo de la intervención estatal en los últimos treinta años e inspirador de las políticas económicas de Pinochet, Reegan o Tatcher, pero ello no implica que su explicación carezca de validez. Imaginemos que tenemos por costumbre salir a cenar todas las noches. Teniendo en cuenta la elección del menú y quién paga la cuenta, se nos presentan cuatro posibilidades:
1- Cada uno elige lo que quiere comer y paga por ello. En este caso, el incentivo es tratar de sacar el máximo partido a cada euro que invertimos. Puede que alguna noche nos demos un capricho, pero a la larga tenderemos a tratar de sacar el máximo partido a nuestro dinero.
2- Uno paga la cuenta y elige para los demás. En este caso, persiste el incentivo de tratar de economizar al máximo, pero puede que no tanto el de elegir el mejor producto. De ser así, la mejor opción sería dejar elegir a los comensales su propio menú.
3- Uno elige lo que quiere y paga un tercero, por ejemplo, la empresa para la que trabaja. Aquí el incentivo parece claro: yo me puedo olvidar del gasto y optar por aquello que más me apetezca sin importar lo que cueste.
4- Yo elijo el menú del resto de comensales y paga la empresa. Se trata de un caso parecido al anterior, sólo que ahora no tengo el incentivo de elegir los mejores productos, pues yo no participo en la misma.
¿A qué categoría pertenece el gasto público? Parece claro que a las posibilidades 3 y 4. Los ciudadanos poco pueden decir sobre la forma en que el Estado gasta el dinero de los impuestos; es éste quien hace las veces del comensal que elije el menú de los demás a cargo de un tercero. He aquí la clave para entender una de las razones por las que se tiene tan poco cuidado a la hora de gestionar el gasto público: se gestiona el dinero ajeno para fines que te pueden beneficiar o no.
Toca ahora pensar si la solución a la crisis pasa por aumentar el gasto público. Si a lo recién expuesto le sumamos el interés de los políticos por aumentar el gasto social para ganarse al electorado y los pocos incentivos que tienen los funcionarios para dar lo mejor de sí mismos, deberíamos meditar un poco más sobre ello. Quizás la solución keynesiana pueda servir como vía de emergencia -la II Guerra Mundial es ejemplo de ello-, pero es bastante más problemática si se piensa en ella como forma de administración en etapas de normalidad.