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Jon Garay

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El secreto de un buen gobernante: medios, políticos y economía

Los tres pilares básicos del poder en una democracia son los medios de comunicación, los políticos y la economía. El arte de gobernar en estos regímenes consiste en saber articular los diferentes ritmos en los que se mueven cada una de estas tres esferas.

Dado que los políticos se deben al voto de los ciudadanos, el ritmo exigido por estos es el ‘aquí y ahora’, es decir, piden soluciones lo más rápido posible a problemas inmediatos. Un ejemplo de ello sería el de los marineros del ‘Alakrana’, el de la inflación o los dramáticos casos de los violadores que quedan en semilibertad. Los votantes -y todavía más, los directamente afectados- exigen a los gobernantes que los secuestrados vuelvan ya, que los precios bajen de inmediato o que los violadores pasen el resto de sus vidas en la cárcel sin parar mientes en los obstáculos jurídicos, en las posibles consecuencias económicas de medidas populistas o en la alteración del estado de derecho. No existe visión a largo plazo.

Como se ha visto en el caso del ‘Alakrana’, esta presión por parte de los votantes se transmite -y en muchos casos- se genera en los medios de comunicación. Si los políticos, debido a su dependencia de los votos, quieren soluciones para hoy, los medios las exigen para ayer. Portadas de periódicos, noticias de apertura en los informativos y omnipresencia en Internet no admiten retrasos.

Y el caso de los economistas es el contrario, especialmente si se trata de los fieles del libre mercado. Estos aseguran que el mercado dirigirá el dinero a las inversiones más productivas. La sabia mano invisible es el instrumento más eficiente en economía, pero tiene el grave defecto de que necesita su tiempo para dar resultados, es decir, que sus soluciones siempre son para mañana. Un ejemplo: cuando Polonia o la Alemania Oriental levantaron las restricciones a los precios de los alimentos, el coste de estos se disparó a límites insospechados. La lógica del libre mercado acabó triunfando: dado que producir alimentos se convirtió en un negocio lucrativo, cada vez más interesados se dedicaron al sector, con lo que finalmente bajaron los precios. El problema es que generalmente el hambre no espera y por ello se generan los disturbios. Puede que el mercado libre tenga razón, pero sólo mañana, a largo plazo.

Es de esta diferencia de ritmos de donde nace una tensión irremediable entre lo que piden los medios/ciudadanos/votantes; los políticos, que siempre están dispuestos a gastar para satisfacer a sus votantes, y los economistas, siempre temerosos de las presiones de los políticos. El dirigente ideal sería aquél que capaz de armonizar las presiones de inmediatez de los medios y ciudadanos con el tiempo que exige la ortodoxia económica actual. ¡Y qué difícil es esto!

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