La natación se encuentra en una encrucijadad: permitir el aluvión de récords y mantener así la atención de los medios o apostar por su credibilidad. Estos días se celebran los mundiales de natación y todo hace pensar que se van a batir más de treinta récords mundiales. Los medios de comunicación, siempre ávidos de lo extraordinario, le están prestando gran atención. Es éste un objetivo ansiado por este deporte, que sólo parece interesar al gran público cada cuatro años, coincidiendo con los Juegos Olímpicos. ¿Cuál es el problema de este repentino eco? Muy sencillo: que para ser noticia está perdiendo toda credibilidad.
Los medios, por definición, buscan la noticia, lo extraordinario, lo que se sale de lo normal, el escándalo. En el caso de los deportes, lo extraordinario se liga con con los triunfos espectaculares o récords (el triplete del Barça o las marcas de Bolt), los accidentes (la Fórmula 1 -es significativo que todavía se esté hablando del accidente de Massa y no de la carrera en sí), las peleas (el hockey sobre hielo sólo lo conocemos por ello) o el dopaje (el ciclismo es el caso más evidente).
El caso de la natación remite a la primera de las posibilidades, la de los récords. La cascada de plusmarcas comenzó el año pasado y se ha incrementado en éste; tan es así, que raro será que no se batan más de treinta récords en Roma. La causa de los mismos -dicen- son los bañadores de última generación. Era justo lo que necesitaba este deporte tan apasionante: llamar la atención. La sospecha viene cuando marcas que han permanecido intactas durante años parecen hoy ridículas ante el empuje de estas innovaciones.
Un ejemplo: hasta el año pasado, el récord mundial de los 50 metros libre era 21,64 segundos, una marca realizada por Alexander Popov en el año 2000. Desde que Eamon Sullivan la batiera por primera vez en 2008 dejándola en 21.56, los récords se han sucedido hasta dejarla Frederick busquet en 20,94 en abril de este mismo año. Si tenemos en cuenta que Popov -el mejor velocista de la historia- tardó diez años en batir la marca de Tom Jaeger-, ¿qué cabe pensar de tan inusitada mejora en sólo un año?
Indudablemente, los récords están sirviendo para que el gran público sepa que existe un deporte tan atractivo como la natación, pero esta popularidad va a socavar gravemente su credibilidad. ¿Qué pasará cuando la FINA prohiba los bañadores actuales, como parece que sucederá en 2010? Las marcas establecidas con ellas harán que sean muy difíciles de batir, por lo que la natación desaparecerá nuevamente de los medios y el círculo vicioso volvería a empezar.
¿Qué podría hacerse? Desde mi punto de vista, habría que cambiar la idea que tenemos de espectáculo. Éste no debería venir exclusivamente de las marcas o de los escándalos, sino de la admiración por la propia competición. Recuerdo que en los mundiales de atletismo de 2003, celebrados en París, las marcas -especialmente en las pruebas de velocidad- fueron bastante “pobres”. La razón esgrimida extraoficialmente fue el miedo de los atletas a las prácticas de dopaje en territorio francés, donde se persiguen muy duramente. Sin embargo, los medios criticaron el “espectáculo” ofrecido. ¿Por qué no quedarse con unas marcas más “humanas” y renunciar a un “show” hipertrofiado artificialmente?