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Jon Garay

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La muerte del libro

Puede parecer contradictorio, pero el día del libro debería servir para pensar sobre la muerte de éste. O, más bien, del soporte tradicional del libro: el papel. Las razones de esta profecía son muchas y, desde mi punto de vista, contundentes.

La tecnología digital está permitiendo que una asombrosa cantidad de datos quepan en soportes cada vez más manejables. Los ya olvidados disquetes de 3 1/2, con una capacidad de poco más de un mega, dejaron paso ya hace tiempo a los CDs, DVDs, memorias USB o memorias flash, que permiten introducir enciclopedias enteras en unos soportes minúsculos. Gracias a ello, los libros digitales (es posible incluso que los smartphones se conviertan también en los libros del futuro) hacen realidad el sueño de cualquier bibliófilo: llevar su biblioteca a cuestas con el mismo esfuerzo que conlleva un único libro. Además, ya se han corregido los fallos de la primera generación: las pantallas permiten una lectura cómoda y es posible incluso subrayar y hacer anotaciones, justo lo que echan de menos los amantes del papel.

Razones sociológicas también alimentan el cambio. Una, el tamaño cada vez más angosto de los pisos. ¿Quién puede dedicar una habitación entera a una biblioteca clásica? Y dos, la creciente preocupación por el medio ambiente. Es difícil defender el amor al papel cuando se sopesan los árboles necesarios para dar vida a un libro. Y ello, por no hablar del trabajo que se ahorra en limpieza.

La resistencia de los nostálgicos
Manejabilidad, al menos igual al del libro de papel; una memoria enciclopédica; su versatilidad (en los dispositivos tipo Kindle también se pueden leer los periódicos on line); el tamaño de los pisos, y la ecología parecen no convencer a los enamorados del papel. La razón no les basta. En este sentido, su nostalgia me recuerda a la de un príncipe del Renacimiento, Federico de Montefeltro, que gustaba de presumir de su rica biblioteca compuesta por ciclópeos mamotretos de pergamino justo en el momento en el que la imprenta abría el acceso al libro de papel.
En ese momento, allá por los siglo XV y XVI, el cambio de soporte fue tan radical como el que se está produciendo en la actualidad. Se pasó del soporte animal -el pergamino- al vegetal -el papel; para ser preciso, en Egipto ya se usó el papiro como soporte para la escritura ¡e incluso para el calzado!-: de los gigantescos libros que poblaban los monasterios se pasó a los pequeños volúmenes accesibles al vulgo. Ahora damos otro paso, de lo vegetal a lo digital.
Superar esta resistencia emocional es simplemente una cuestión generacional. Los nostálgicos se han criado en la cultura del papel; pero los niños de hoy se están educando en el soporte digital . ¿Cómo echar de menos lo que no se conoce? Es más, ¿cuántos de vosotros echáis de menos la máquina de escribir?
En definitiva, el libro no va a morir; de hecho, su esperanza de vida se va a incrementar con el soporte digital porque se va a adaptar a los tiempos que corren. ¿Acaso la música murió con el walkman o el ipod, y las películas con el DVD o el Blu-Ray?

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