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Jon Garay

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¿Justicia o venganza?

“¡Asesinos!”, gritan con ira los reunidos a las puertas de los juzgados cuando aparecen las huidizas figuras de los matarifes de Marta. “¡Cadena perpetua!,¡que sufran en la cárcel!”, reclama la madre de la joven. “¡Queremos justicia!”, concluyen todos ellos. La reacción de dolor ante casos como el de esta joven sevillana o al de Mariluz es perfectamente comprensible, pero cabe preguntarse si lo que se pide es justicia o más bien venganza. El sentido de las reformas legales que reclaman más bien hacen pensar en la segunda de las posibilidades, la del ojo por ojo y diente por diente. Trataré de ilustrar lo que quiero decir con una hermosa y trágica historia, la de la estirpe de Agamenón.

Agamenón es el rey mítico que promovió la Guerra de Troya. Este cruel monarca, causante de la cólera de Aquiles por negarle los méritos que se había ganado en el campo de batalla, también dio comienzo a una larga cadena de venganzas a la que sólo la justicia, encarnada en la ley, pudo poner fin. A su regreso tras diez años de guerra, su mujer (Clitemestra) no había olvidado un terrible crimen: había sacrificado a la hija ambos, Ifigenia, para que la expedición hacia Troya pudiera partir. ¿Qué hacer ante tal barbaridad? Vengarse del héroe recién regresado. Ojo por ojo. ¿Acabaría aquí el reguero de sangre iniciado por Agamenón? No. Electra, la trágica Electra, quiere venganza y hace que su hermano Orestes comparta sus sentimientos. La venganza continúa y matan a su madre y a su amante, a la sazón primo de Agamenón.

Ahora es Orestes el siguiente paso en este ciclo vicioso de acción y reacción. El hijo vengador teme a las Erinis, las personificaciones femeninas de la vendeta. Son ellas (Alecto -‘Implacable’, Megera -‘Seductora’- y, sobre todo, Tisífone -‘Perseguidora de los delitos de sangre’-) las mejores representantes de esta arcaica forma de justicia, la de la sangre por la sangre. Orestes corre a protegerse en Atenas, donde la ley, la justicia, impedirá que la cadena de venganzas continúe.

Olvidémonos de los nombres y quedémonos con la clave de la historia. Sólo la ley, la justicia, puede poner fin a una cadena infinita de venganzas. Y las leyes no deben cambiarse en momentos de tanto dolor; requieren de un grado de reflexión y sosiego que no se da en estos momentos, especialmente entre los familiares de las víctimas. Como escribiera Ortega y Gasset, lo propio de la civilización es reducir la violencia al último recurso (un matiz: ni la violencia ni la venganza equivalen necesariamente a muerte, sino a castigos sin más fin que el castigo mismo). Así las cosas, cuando Zapatero reciba hoy a los padres de Marta, debería tener en cuenta que, a la larga, la venganza no lleva a ningún sitio. Eso sí, el presidente debería asegurarse de que la Justicia efectivamente funciona para que Tisífone no tenga siquiera la tentación de volver a aparecer en escena.

P.D. Lo mismo podría decirse en los casos de terrorismo. Es perfectamente comprensible el dolor de las víctimas y la casi irreprimible reacción de desear a los asesinos el mismo destino que han dado a sus víctimas, pero esto sólo llevaría a la insoportable espiral de violencia que narra la tragedia de Agamenón. En otras palabras, a la hora de reformar las leyes, la palabra de las víctimas tiene que ser escuchada, sí, pero con mucha prudencia.

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