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Jon Garay

Aletheia

Israel y el inmovilismo imposible

Israel sigue sin dar en la tecla para solucionar la encrucijada en la que se encuentra y la política de línea dura, del ojo por ojo, no parece que vaya a dar los resultados que esperan. Benny Morris, catedrático de Historia de Oriente Medio de la Universidad Ben-Gurión, afirma en un artículo publicado por El País que son cuatro los grandes problemas que azoran al estado hebreo: la presión guerrillero-terrorista de Hamas por el sur y de Hezbolá en el norte; la presenciad de Irán en el este, y el espectacular crecimiento demográfico de la población árabe-israelí, que temen se convierta en una especie de quinta columna. Me quedaré con los tres primeros, porque el último responde a una naturaleza muy diferente y merecería un comentario aparte.

El más convencional de estos problemas quizás sea el iraní. Al fin y al cabo, se trata de un enfrentamiento convencional: sabes quién es el enemigo, sabes dónde está y que puede ser derrotado. Sin embargo, ¿cómo hacer frente a la volatilidad de los guerrilleros-terroristas? El 11-S supuso un cambio estratégico de cuyas consecuencias sólo ahora -gracias a las guerras de Irak y Afganistán- comenzamos a percatarnos: el combate tradicional, en el que dos contendientes (o dos bandos) perfectamente identificables y en equilibrio de fuerzas se enfrentaban y la victoria quedaba clara para uno de los dos; ha dado paso a una estrategia de guerrilla a nivel mundial. Al Qaeda es el mejor ejemplo. En este nueva era, el enemigo ya no es sólido, no es ningún ejército identificable al que pueda derrotarse en el campo de batalla; golpea en cualquier parte y huye; puedes acabar con uno, dos o mil, pero no lo has derrotado.

Hamás, desde el sur, y Hezbolá desde el norte son la gran pesadilla de los políticos-militares hebreos (curiosa convergencia esta en la que gran parte de los políticos en Israel han pasado por el ejército, un hecho similar a lo que sucedía en la antigua Roma), que con su respuesta no hacen sino ganarse enemigos entre la opinión pública internacional. Si esto es tan claro, ¿por qué insisten en una táctica tan poco productiva? En mi opinión, esta contradicción podría explicarse por una cuestión de legitimidad del estado. Acechado como se siente desde todos los puntos cardinales y desde el interior (no me resisto a hacer un pequeño comentario al respecto: ¿cómo resolver el problema de una población árabe que crece mucho más rápido que la hebrea y negarles el consiguiente reconocimiento en las estructuras de gobierno? ¿Acaso un nuevo apartheid al estilo sudafricano? Si con las estrategia del ojo por ojo ya han perdido la batalla de la solidaridad internacional, no me imagino lo que resultaría de esta segunda medida), lo único que no pueden hacer los políticos israelíes es nada. Detenciones, leyes e incluso asesinatos sólo tratan de hacer ver que el estado no está de manos cruzadas ante tantos y tan graves frentes.

¿Se imagina alguien que Estados Unidos no hubiera hecho nada tras el 11-S? Creo que la política de Israel responde a esa misma necesidad acuciante de autolegitimarse, de hacer ver a sus ciudadanos que vela por su seguridad. La contradicción reside en que para lograr esta autolegitimación, pierde el apoyo de la comunidad internacional. Cierto que cuenta con el actor más importante, Estados Unidos, pero llegará un momento en que no podrán seguir mirando hacia otra parte. La pregunta entonces es: ¿permanecer de “brazos cruzados” y ganar puntos ante la opinión pública mundial o “actuar” y autolegitimarse? Hete aquí la encrucijada.

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