Escuchando a Anne Whiston, profesora del Instituto Tecnológico de Massachusetts (el famoso MIT), qué lujo tenerla en Vitoria, hablar estos días sobre el paisaje del Túnel de San Adrián, me he dado cuenta de lo que aún nos falta por aprender sobre lo que tenemos ante nuestros ojos. Ella empieza a hablar del agua. ¿Agua en una montaña? Sí, agua, la que ha erosionado la roca hasta tallar la cueva, el paso natural. Tiene unas gafas especiales para ver. Pero nosotros no sabemos leer el paisaje que nos rodea y así nos va. Ella, fotógrafa de una gran senibilidad y humanista, enseña a niños a leer el paisaje en Philadelphia y ha conseguido movilizar a vecinos de barrios degradados para rehabilitar, que es simplemente mejorar en calidad de vida.
Decía Josep Plá, el viejo escritor que se sentaba en un banco de piedra de una preciosa villa medieval, Pals, a disfrutar del paisaje ampurdanés, algo así como la Toscana pero en catalán, que lo que diferencia al hombre del resto de los animales, aparte de la capacidad de pensar, es la de disfrutar del paisaje; es decir, de mirar el paisaje con mirada inteligente. Pues eso, defendamos el paisaje. Condiciona nuestra vida. Nos dan felicidad o nos dan más desgracia todavía. Otro pensador del paasaje, Julio Llamazares, dice que es tan valioso como la sanidad o la educación, pero nadie lo ha puesto en un lugar tan importante. Y tiene un valor transcedental, pero nadie le pone precio económico y no está en la bolsa. Cuidemos el paisaje, el que nos dejaron los abuelos en buenas condiciones como Olárizu, como el bosque de Armentia, como los Montes de Vitoria, como el Gorbea.
Estos días de mayo, con la naturaleza en plan madre exhuberante, darse un paseo bajo los quejigos de Armentia, escuchar el ronroneo del agua de sus arroyos, respirar la humedad de la hierba después de la lluvia, es vivir más y mejor. Hacerse uno con ese formidable paisaje que tenemos en Vitoria cuesta nada, un paseo. Somos muy ricos porque tenemos un gran paisaje que nos rodea.