Los edificios hablan pero las historias que cuentan son difíciles de entender fuera de su época. Se cumple un siglo desde que el matrimonio formado por Elvira Zulueta y Ricardo Augustin decidiera construir la mejor casa de Vitoria en el lugar más privilegiado y con los más destacados profesionales de entonces. Fue en 1912, el mismo año que se construyó el “Titanic” en el Reino Unido. El cine ha retratado ese momento efervescente de la historia y la actual sede del Museo de Bellas Artes de Álava tiene algo de plató -¿qué pareja no lo ha utilizado para sus fotos de boda?- donde pervive aquella atmósfera emprendedora previa al desastre de la Gran Guerra con el toque religioso de la espiritual Elvira.
Hasta ahora, Ricardo Augustin, nacido en Ciudad Real pero con raíces alavesas, se había llevado siempre el protagonismo de la pareja que quiso hacer la mansión más hermosa de la ciudad y su extraño apellido había dado pie a un error de denominación en las más sesudas monografías. Dos historiadoras, Ana Arregui y Edurne Martín, han explorado todo lo que se puede saber y han dejado claro que el apellido de Ricardo acaba en “n”, como prueban muchos testimonios recogidos por ambas investigadoras.
Otro de los aspectos capitales que han hallado en su estudio es que había que rescatar el apellido Zulueta. Elvira vivió poco más de un año en su lujosa mansión porque murió en 1917, pero el dinero de la casa lo había puesto ella. Había heredado una inmensa fortuna que le había dejado, como a otros 5 hermanos, su padre, el Marqués de Álava, «el último gran negrero (esclavista) de América, como lo denomina el investigador Hugh Thomas en su libro sobre la trata de esclavos. Una de las preguntas que se hace el investigador inglés es ¿qué sucedió con la fortuna de Julián Zulueta? Puede responderse a sí mismo si visita este palacio -y otros- que quiso originalmente ser una villa napolitana con jardín y huerta en la terraza y se convirtió finalmente, con el proyecto de Apraiz y Luque, en un edificio ecléctico, neorrenacentista, neobarroco, un poco afrancesado, neorrománico, regionalista y con toques modernistas.
Vigas de Santo Domingo
Los visitantes que entraban por la escalera debían quedar impresionados con el trabajo de ebanistería de la casa vitoriana Ibargoitia, la cerámica de Talavera -que recuerda al Seminario diocesano, también costeado en gran parte con la herencia de Elvira- y el vestíbulo con un toque vasco y unas vigas con otra historia que destacar: fueron recuperadas del antiguo convento de Santo Domingo que se estaba demoliendo en esas fechas. Precisamente, Augustin, despues de trabajar en la banca local se dedicó a la promoción inmobiliaria. A él se debe el embellecimiento de la zona del Prado. Consiguió, tras acordar con el Ayuntamiento de Vitoria, embocinar el río Abendaño y construir los 8 chalés de estilo regionalista de la calle Elvira Zulueta. El nombre de la calle estaba destinado para él, pero la prematura muerte de su mujer obligó a cambiar los planes.
Todas las restauraciones realizadas por los arquitectos de provincia, Guinea, Herrero y Catón, han tratado de mantener el edificio tal y como se concibió en 1912, aunque su transformación en museo a partir de 1942 ha forzado pequeños cambios y la desaparición de los muebles. «La visita al museo incluye también un recordatorio sobre el continente que bien merece la pena. Es como entrar a contemplar una vivienda, la más suntuosa de la Vitoria de entonces, de principios de siglo XX», indica la directora Sara González de Aspuru.
Ricardo se vuelca con la casa. Había ido a Italia a buscar su propia inpiración. Está pendiente de todo. El mismo elige y trae materiales. El sello personal con la mezcla de estilos se nota. La piedra de sillería, arenisca blanca, de Fontecha es puesta por los mejores canteros -se había producido un parón en la catedral nueva-, los mejores ebanistas trabajan en la mansión. La marquetería del suelo se inspira en el modernismo de Gaudí. La escalera imperial tallada con detalle es otra de las maravillas de la mansión.
«Hay un aspecto que hay que subrayar. La religiosidad de los propietarios. La capilla, por ejemplo, tiene su confesionario y un balcón abierto desde un piso superior desde el que se pueden seguir las ceremonias. En las vidrieras aparecen los dos como San Ricardo y Santa Elvira. Era piadosa hasta el punto de interrumpir su viaje de novios porque tenía que ir a una peregrinación mariana», comenta Ana Arregui. Hay más detalles. Desde el “Ave María” de la entrada a la escultura de la Virgen de Estíbaliz o los cuadros religiosos que colgaban antes de ser museo.
Dos medallones
No se conocen grandes fiestas en sus pomposos jardines durante el poco tiempo que vivieron juntos. Se sabe que él era aficionado a la esgrima, el billar y la fotografía, que practicaba en uno de los pequeños pabellones que guardan la entrada. La verja que, como el resto del inmueble, está considerado bien cultural es otra joya. Destacan los medallones renacentistas que evocan sus retratos.
Augustin, que es nombrado por la Iglesia Conde de Dávila, por su participación en obras benéficas, se traslada a Madrid en los años 30 y espacia sus estancias en Vitoria. El edificio es ocupado por las tropas nacionales en 1936. Franco durmió en la casa en ese período y llegó a saludar desde la galería a una multitud.
En 1941 el palacio se vende a la Diputación por 600.000 euros. «Había un clamor popular y se recogía en los periódicos que Vitoria era la única ciudad vasca sin museo. La mansión durante décadas va acogiendo todas las colecciones de pintura, arte, numismática, escultura, biblioteca, arqueología. Más tarde, naipes. También fue sede de asociaciones como la espeleológica, talleres de restauración», comenta Edurne Martín.
Nombrado miembro honorario del Consejo de Cultura de la Diputación, Augustin sobrevive 48 años a su esposa con la que está enterrado en la capilla del seminario por su aportación de 2,5 millones de pesetas para su construcción.
Artículo publicado en El Correo el 28 de octubre de 2012