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Francisco Góngora

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76 años de Villarreal

Hoy día de San Andrés, se cumplen 76 años del comienzo de la batalla de Villarreal. En el monte Arapa, cerca de Cestafe, hay una cruz de piedra con una inscripción: «In memoriam. Alejandro Linati Bosch. Alférez del Numancia. 30 de noviembre de 1936». Recuerda, seguramente, al primer muerto de la ofensiva del Ejército vasco-republicano que, con unos 15.000 hombres, pretendía conquistar Vitoria y Miranda, en manos de los sublevados, y que chocó con un muro llamado Villarreal. Centenares de jóvenes de ambos bandos dejaron su vida aquellos días en esas lomas, pero gracias a esa cruz que mandó construir su familia catalana el recuerdo de ese soldado ha pervivido en el tiempo a pesar de que la maleza amenaza con destruirlo todo. Por ejemplo, los dos búnkeres de hormigón de casi medio metro de espesor que a pesar de la espesura de los quejigos pueden visitarse, colocados estrategicamente a unos 100 metros de la cruz.
Los que han estado en la guerra recuerdan siempre, además del miedo, el frío, el hambre y los piojos como elementos consustanciales a los combates. «Un espanto. Los recuerdos de la guerra son imborrables pero siempre desagradables», me decía un maestro vitoriano que estuvo aquellos enfrentamientos. Fue de los que acudió en ayuda de un grupo de 638 soldados que defendió Villarreal entre el 30 de noviembre y el 5 de diciembre, cuando las tropas de refuerzo de Franco rompieron el cerco. De aquella batalla, que «pudo haber cambiado el curso de la guerra en el Norte y, tal vez, en España», según el historiador Javier Ugarte, hay testimonios aterradores.
La población civil fue evacuada con los primeros tiroteos del 30 de noviembre. Otro vecino de Villarreal, que contaba entonces 7 años, recuerda que, nada más salir, una bomba cayó sobre la cocina de su casa. «Pero el regreso fue peor. Las casas eran medias paredes y tejas rotas. Todo el mundo lloraba ante aquella destrucción», evoca.
Para los soldados del regimiento de Flandes y los requetés que aguantaron el cerco, el frío no era peor que ver saltar con los cañonazos las tapias y las tumbas del cementerio, que se convirtieron en improvisadas trincheras.
El lingüista Luis Mitxelena, que fue uno de los atacantes entre los batallones de gudaris, daba con ironía la clave de por qué no se conquistó Villarreal con todo a favor. No había ni buena cartografía. Se encontraron con un río, el Angelu, que no figuraba en sus mapas. «¿Cómo se puede ganar la guerra así»?, se preguntaba. Todos los expertos hablan de la primaria organización y la poca formación de los oficiales de aquel ejército como factores de la derrota.
Pero la guerra no se quedó sólo en Villarreal y los pueblos y montes próximos, Albertia, Maroto, Jarindo, Isuskiza, Oketa, Gonga, Berretín o Gorbea.

No fue la última batalla que se vivió en Álava pero si la más terrible con más de 1.000 muertos. Vaya el recuerdo por tantos jóvenes que dieron su vida aquellos días. A veces con ideales, pero otras veces porque les había tocado en un bando o en otro . La imagen es uno de los muchos búnkeres que toavía se conservan en el entorno de Legutio (Villarreal cuando tuvo lugar la batalla).

Por Francisco Góngora

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