No nos engañemos. No hay lugares vírgenes. Al menos en nuestro entorno más inmediato.
Por muy recóndito que sea el lugar elegido, siempre vemos la huella del hombre. Pero sí que
hay sitios a los que nadie invita a ir, desconocidos o al menos solitarios. Poca gente o mejor
nadie. Y los caminos se van cerrando dando paso a una vegetación que reconquista el espacio
que ocupó un día.
La cola norte del embalse del Zadorra, entre Maturana y Garayo, es uno de esos enclaves
solitarios y raros, de una belleza incomparable en toda Álava pero poco conocido. Primero
porque no hay senderos marcados y los planos y folletos no señalan nada. Baste con decir
que es zona Ramsar de importancia internacional y que desde el observatorio de Garayo
el Zadorra, un río de poca anchura, adquiere las dimensiones de un gran río. Nos recuerda
al Ebro o al Duero.
Precisamente, desde el observatorio y junto a un mojón blanco sale el camino que nos
llevará después de media hora hasta el puente de Maturana. Hay que intuirlo porque
las zarzas se lo han comido todo.
Disfrutad del camino. Parad cada vez que los quejigos se abren y dejan ver auténticas
postales. Pero ojo. Llevad pantalones largos y mangas largas porque los mosquitos te
abrasan literalmente. Son centenares los que van a por tí. La humedad es impresionante.
El suelo es de musgo. Hay quejigos inmensos pero también arces, sauces, y aves de todos los tipos,
desde garcillas a somormujos o aguiluchos. El viejo camino que unía Garayo con Maturana se ha
reconstruido en algunos puntos porque el original yace bajo las aguas de los embalses.
Y el polygonum anphibium , que ya empieza a colonizar toda la superficie. Mucho para ver y
disfrutar.