Hay una foto de 1923 en el Arcivo Municipal que nos muestra la calle Dato, justo donde posteriormente se abrió la continuidad de la calle General Álava. Aquí existió una tienda con un cartel en el que se podía leer Pedro Ruiz. También en el portal estaba el nombre. En uno de los mejores sitios de Vitoria este hombre se dedicaba oficialmente a la orfebrería religiosa, a hacer bordados de oro y plata, a las antigüedades y la sastrería eclesiástica. Una fachada perfecta que ocultaba una labor clandestina, el tráfico de obras de arte, que se convirtió en uno de los grandes negocios de principios de siglo XX en España.
Todavía queda un leve recuerdo del personaje y su saga en Vitoria. José Luis Rabasco, anticuario retirado, ya con 81 años, evoca la tienda de los Ruiz y «una bonita Andra Mari en el escaparate que yo solía mirar de niño. Sé que tuvieron un problema con una portada románica en Burgos, pero nada más», evoca Rabasco. Hay referencias en el Archivo Municipal de la misma tienda hasta 1946 en manos de uno de los hijos, Feliciano. Hay otros vitorianos que recuerdan la tienda hasta muy entrados los sesenta.
Lo que ni Rabasco ni mucha gente en Vitoria sabía era que en ese local tuvo su nido una de las familias, los Ruiz, que protagonizó el saqueo de una importante parte del patrimonio español, algo que parece inconcebible actualmente pero que hasta 1936 fue posible y consentido por todos aquellos que debieron protegerlo.
La investigación
Un profundo estudio, más bien una investigación casi policial por el ocultismo que envuelve el caso, realizado por la historiadora María José Martínez Ruiz, de la Universidad de Valladolid, ha sacado a la luz la participación de esta familia vitoriana en el mayor expolio de obras de artes y antigüedades entre 1910 y 1936 que acabaron en las grandes colecciones americanas, principalmente de William Hearst, el personaje que Orson Welles eternizó en su Ciudadano Kane .
Los Ruiz no fueron los únicos que se aprovecharon de aquel momento en el que muchos eclesiásticos, historiadores, marchantes y funcionarios, permitieron, cuando no animaron, el despojo de los monumentos en el que todos ganaban. Todos menos el rico patrimonio artístico.
María José Martínez Ruiz ha seguido documentalmente la actuación de Pedro Ruiz, «natural de Vitoria» en varios negocios en las diócesis de Palencia, Segovia y Soria. Desde colgaduras de terciopelo a casullas pasando por un altar barroco, una alfombra, cuatro columnas, dos paneles artísticos, todo acababa en sus manos. En Burgo de Osma (Soria) vendía ornamentos pero aceptaba a cambio objetos antiguos en vez de dinero. Unos años después aparecen Raimundo y Luis, hijos de Pedro, en los mismos lugares. Luis, por ejemplo, negoció con el párroco la liquidación de varios objetos de la parroquia de Megeces de Iscar (Valladolid). Cuando el sacerdote, que no había pedido permiso al obispo, como le obligaban las normas, le reclama las piezas, el anticuario le dice que ya las ha vendido en Nueva York y escribe al obispo diciéndole que no ha ganado nada en Estados Unidos «por la crisis del país» y ofreciéndole un pequeño donativo para la iglesia «ya que lo compré sin licencia a pesar de que el cura me dijo que la tenía».
Pero de los tres es sin duda Raimundo el que se lleva la palma. El escultor-coleccionista Federico Marés lo describe como «uno de los pioneros en el comercio internacional de antigüedades. Fue uno de los primeros anticuarios que supo tener contacto con el exterior cuando la exportación no se controlaba. Exportó mucho y bueno».
El estudio de María José Martínez lo sitúa ya en el número 8 de la calle Barquillo de Madrid, cerca de Alcalá y San Jerónimo, lugar de asiento habitual de los anticuarios de la capital de España.
Dos episodios demuestran la cara oculta de unos anticuarios que actuaron también como grandes coleccionistas. En 1926, tras una denuncia ante el Ministerio de Asuntos Exteriores, a propósito de un envío masivo de obras procedentes de España con destino a Nueva York, se comprueba que tenía autorización para sacar del país un número reducido en comparación con el fabuloso lote en el que destacaban, «un Greco, 12 esculturas, una sillería de coro». En las bodegas del vapor Chicago, se encontraron 43 cajas de piezas de arte con un peso de 2.500 kilos.
En 1930, las autoridades detienen un cargamento de objetos artísticos en Vitoria. Estaban preparados para ser exportados a Estados Unidos. Entre ellos se encontraba la portada románica procedente de Cerezo del Río Tirón (Burgos). Las piedras fueron decomisadas y se ubicaron en el paseo Isla en Burgos. Pero unos relieves del mismo templo de Nuestra Señora de la Llana, hoy en ruinas, están expuestos actualmente en las salas de The Cloisters, del Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Raimundo Ruiz reclamó siempre la propiedad de la portada.
También sostiene la historiadora que desde 1919 a 1936, los Ruiz realizan más de 20 subastas en Manhattan. La mayoría de los objetos iban a parar a W.Randolf Hearst, el más voraz y compulsivo comprador de objetos artísticos el mercado americano.
Tesoros de Quejana
Pudieron participar también, pero no está demostrado, en la compra de una de las piezas más valiosas del arte alavés, el retablo de Quejana. De esta obra se sabe que pasó por manos del anticuario inglés Harris y que en 1921 fue fotografiado en la casa Maricel de Mar de Sitges, construida por el coleccionista americano Deering. En 1925 fue donado por sus hijas al Art Institute de Chicago, donde permanece.
Pero el saqueo de Quejana incluye dos piezas magistrales más. Y en una de ellas está de nuevo la mano de Pedro Ruiz. Un documento que se conserva …..Una estatuilla de alabastro de San Jorge, actualmente en la National Gallery of Art de Washington, y el Tríptico de la Pasión de Cristo, una tabla pintada de la Baja Sajonia, perteneciente a una colección particular de Madrid.