Permítanme este juego verbal para introducir algunas reflexiones sobre el contencioso tras visitar el enclave y hablar con algunos de sus vecinos. Salió un reportaje el pasado domingo, pero solo en la edición de papel y se titulaba Treviño contra el muro. Quien dice Treviño dice también La Puebla de Arganzón, ambos forman el enclave históricamente perteneciente a Burgos. Decía el profesor de Historia de la UPV, Josemari Ortiz de Orruño, que ha investigado, reflexionado y escrito sobre el problema que estamos ante una cuestión que en cualquier otro sitio se hubiera solucionado fácilmente, pero aquí en el País Vasco, con el choque de identidades y la politización de todo, las cosas se enquistan y lo sencillo se vuelve complicado.
Al anuncio de los alcaldes con mayorías de dos tercios para iniciar el camino de la desanexión ya han respondido desde Burgos con el consabido nunca jamás. Un jarro de agua fría a tanta ilusión. Pero es verdad que, como Sísifo, hay que subirse a hombros la segregación y subir la montaña. Ya veremos que pasa cuando lleguemos arriba. Si alguien la tira ladera abajo o enterramos a Sísifo de una vez.
Hablando con unos y otros, te das cuenta que lo que quiere la mayoría, eso se percibe al menos, es calidad de vida y pocos problemas. ¿Quien nos asegura una mayor calidad de vida, dónde nacemos, dónde estudian nuestros hijos, dónde nos gusta ir a que nos curen, dónde tenemos la familia, cuáles son nuestros equipos favoritos, donde viven nuestros amigos?. Un par de datos corroboran que a pesar de que Miranda y Vitoria quedan a la misma distancia, casi todos miran a la capital alavesa y además, el boom de los chalés ha hecho que muchos vitorianos se hayan ido a vivir a La Puebla y Treviño sin darle importancia a las incongruencias y las molestias que suponen tener que ir a hacer unos papeles a más de 100 kilómetros. Una vez que viven la situación valoran los inconveientes y se arrepienten. Solución: parte de la familia se enpadrona en Treviño y parte en Vitoria. Se salvan ellos pero envenenan la verdadera realidad del enclave pues nunca recibirá las subvenciones y ayudas que podría recibir si todos fueran ‘legales’. Como decía Roberto Dulanto, pro-alavés, quieren solucionar su problema y nos joroban a todos. A todos los problemas derivados de la anacrónica situación se le suma este del empadronamiento que es muy serio pero en el que todo el mundo mira al otro lado.
La otra cuestión que me ha llamado la atención es la pérdida de poder de los agricultores de Treviño que con el envejecimiento de la población han perdido influencia. Ellos eran los que menos tenían ganas de moverse. Ya se sabe que la verdadera patria de un labrador es su tierra y ella manda. Quien la cuida es nuestro amigo.
Hablas con los vecinos y reconocen que hay cosas que funcionan como la Guardia Civil que da seguridad a tanto chalé y casa suelta frente a los robos o los bomberos de Castilla y León con sus medios aéreos. La sanidad no está tan mal y en cuestión escolar hay para elegir. Si quieres el modelo A, a Treviño, un buen colegio público. Al modelo D en euskera, a la ikastola de La Puebla o de Adurza… Para elegir, hay. Hay muchos agravios como el de que en Burgos hay menos deducciones fiscales, traducidas a un 2% de un sueldo. No está mal.
Pero la clave me la dio una pareja de La Puebla. Se quejaba él de la distancia a Burgos y de que hay que hacer papeles que hoy en día se tendrían que hacer on line a través de Internet. ¿En un hipotético referéndum votaría a favor de agregarse a Álava?, pregunto y él dice que si. Pero ella sorprendentemente contesta que no. que votaría en contra. Los mismos inconvenientes, el mismo hartazgo, y una pareja que se acuesta en la misma cama discrepan. Sí a Alava el hombre y sí a Burgos la mujer. ¿Que da Burgos que no da Álava para que a pesar de todo sigan algunos queriendo ser burgaleses? Y eso sin entrar en el debate sobre quién es el diputado burgalés que pasa a la historia como el que firmó la desanexión. Alguien lo ha llamdo Boabdil y ya se sabe como acabó aquel rey de Granada. Llorando, llorando una pérdida irreparable. Nadie quiere ser un perdedor.