El naciente parque botánico de Olárizu, en Vitoria, es uno de esos lugares a los que hay que ir obligatoriamente, especialmente en primavera. Te encuentras con los de siempre: el silencio roto por los pajarillos, una flor que asoma tímidamente, algunos paseantes, los jardineros que cortan el césped o riegan una a una las decenas de ‘joyitas’ plantadas. Me voy a fijar en una de ellas. La flor de la jara pringosa. Lo digo en singular porque en uno de los arbustos, de la zona próxima a Puente Alto, al calor del sol, ayer se abrió una flor, blanca, amarilla con motas rojas. Una maravilla. Había visto a un miembro de l Instituto Alavés de la Naturaleza hacer fotos un día nublado, pero la flor no había salido. Ayer, sí. Con la que esá cayendo y yo animando a ver una flor. Sí, porque es extraña, pero al mismo tiempo cercana. Es una planta habitual en todos los paisajes mediterráneos. “Mira, mira cómo pringa”, me decía Antonio González, del IAN. Y es cierto. Belleza pringosa, grasienta. Qué paradoja. Y un poco más allá los olivos, las encinas, los pinsapos, romeros, con sus flores violetas, madroños. Todos pequeños, creciendo ante nuestras narices en Olárizu. Placeres gratuitos contra la crisis, contra el cabreo generalizado, contra la mala leche que se palpa en todo. La pobre jara no resuelve ni un solo problema pero está ahí, para verla, para olerla y pringarse un poco de naturaleza