Cuatro generaciones de ganaderos en Aretxabaleta (Vitoria), una granja en el mismo anillo verde, desaparecen desde ayer a causa del desmantelamiento vía judicial y policial. Tenga razón el Ayuntamiento o los López de Suso (la familia de vaqueros), lo cierto es que se evapora una de las cuatro granjas que quedan en el termino municipal. Para una ciudad que presume de verde esto es una tragedia, se diga lo que se diga. Las vacas son sagradas en muchas civilizaciones y lo han sido en nuestra cultura hasta hace poco, cuando en vez de leche de lechera empezamos a beberla en tetrabrik. El ganado ha sido el gran perdedor de la llamada revolución verde. Creo que molesta hasta a muchos ecologistas de jardín que no aguantan el olor de sus deposiciones.
Hace mucho tiempo vender una vaca permitía a un ganadero comprar un seiscientos. Hoy en día el ganadero casi debe acompañarlo de alguna enciclopedia o un deuvede.
En los nuevos tiempos las granjas se han ido cerrando por ilegales o porque molestaban al crecimiento ubanístico. Esa es la triste realidad y un pecado de nuestra sociedad. La ley no siempre es el reflejo de la vida sino de los intereses sociales del momento, del consenso, de lo que interesa a la mayoría. Los ganaderos son minoría y no digamos las pobres vacas que comen, miran y van al matadero o se mueren de viejas después de habernos dado toda la leche del mundo. Los vaqueros son una especie en extinción, como los pastores de ovejas o de cabras. Si no cuidamos a la gente nunca podremos presumir de cuidar el medio ambiente. No hay mundo natural sin gente.