“Esas robustas, matriarcales encinas de secular medro”. “Es flor de piedra su verdor pardo y austero”. Son dos citas de Miguel de Unamuno. Joaquín Araújo, el maestro, recogía otras varias de Machado, Miguel Hernández, Garcilaso o Rousseau en un pequeño artículo del año 2000. En la capilla ardiente de Miguel Delibes, una mujer dejó tres bellotas a modo de firma. Y esos frutos decían más cosas que muchas palabras.
Hay encinas en Vizcaya y en Guipúzcoa, pero es Álava, la más mediterránea, la que se lleva la palma en la belleza y cantidad de estos árboles. Me gustan mucho los que están en la zona de Fontecha, Puentelarrá, muy cerca del Ebro. Y las de la Rioja. Pero quiero fijarme en un gran bosque, el que forma la sierra brava de Badaia, al oeste de Vitoria.
Debajo de las líneas de alta tensión. Debajo de los molinos de viento. Al lado de la gran pista-carretera que sube hasta el parque eólico, podemos disfrutar de las encinas, considrados los árboles más literarios. ¿Por qué? Es fácil adivinarlo. Dice Joaquín Araújo que “son supervivientes que crecen lentamente, superan calores y fríos, inundaciones y sequías sin cambiar su verdor grisáceo. Sus hojas, que pueden durar varios años, se caen lenta y escalonadamente sin que apenas podamos percatarnos. Si las dejamos pueden vivir mil o más años. Pueden regalar a los animales hasta 90.000 bellotas por cada árbol sano y maduro. Al amparo de su sombra se registran récords mundiales en variedad de herbáceas también buenas para el ganado. Por eso no hay lugar arbolado de Europa que a lo largo del año incluya mayor número de animales silvestres y domésticos.
La encina es tolerante y sugiere el modelo de economía más sostenible del mundo: La dehesa. Es el único lugar de este planeta donde llevamos unos cinco mil años empatando con la naturaleza. Y la naturaleza con la cultura. Por eso sólo hay que mirarla para amarla y para saber que la arboleda de encinas esa que aramos, pastoreamos, es el estilo de relaciones hombre-derredor viable a más largo plazo”. Hasta aquí la cita.
Las encinas de Badaia han soportado hasta un incendio arrasador hace unos años. Pero algunos de sus ejemplares centenarios se pueden ver todavía, esparcidos entre el mar de pequeñas carrascas y madroños de vez en cuando. Son majestuosos. Con más de 500 años, muchos de ellos. El encinar se hace oceánico y aéreo sobre las quebradas, valles y colinas de la sierra. En muchos puntos no se puede ni pasar.
Otro día habrá que explicar cómo sobrevive una entidad de origen medieval en estos tiempos. Igual que las parzonerías en Entzia. 18 pueblos y un caserío tienen derechos de pastos.
No hay que perderse para disfrutar, aunque ahí, en los lugares más recónditos están las mejores. Al borde de la misma carretera-pista que conduce a los molinos de viento, por ejemplo. Y a su lado, sientes un profundo sentimiento de agradecimiento. Esa manera de crecer tortuosa sobre suelos pobres, la tenacidad, son un ejemplo.
Badaia es una desconocida. Su escasa altitud no la hace muy atractiva para los montañeros. Pero está cerca de Vitoria y es fácil de ascender a su meseta y allí descubrir de vez en cuando un árbol centenario. También hay roble y haya, pero aquí reina la encina, el árbol más mediterráneo junto al olivo. Cultura y paisaje.