Ahora que las últimas hojas de los árboles caen me he preguntado cuál de los que nos rodean es el que mejor representa con sus colores el otoño y todo lo que significa de paso previo al invierno, de muerte que anticipa el invierno y la resurrección de la primavera. Y tengo dudas. He elegido tres de los más accesibles que están plantados en las calles de Vitoria, sin tener que irnos al monte que sería otro cantar. Me gusta mucho el gingko, el de la plaza Santa Bárbara y el de la Florida, con sus amarillos dorados. Son realmente espectaculares. Pero se pueden ver en agrupaciones al final de la calle Los Herrán.

Me gustan también los liquidámbar, porque su ciclo es más largo y son de los últimos en apagar sus colores, fantásticos, del verde al burdeos con todos los matices. Los de la catedral nueva tienen una magia especial. Ahora ocupan, por ejemplo, el aparcamiento de Mendizorroza y van ganando terreno.

Pero si tengo que elegir uno por encima de todos me quedo con el pequeño arce japonés de Santa Bárbara. Lástima que la caída dure poco tiempo. Sería magnífico una imagen perenne en ese rojo vivo. Por tamaño nunca será declarado árbol singular, pero por belleza no hay otro en Vitoria. Bueno, es una opinión. Seguro que en el jardín de cada uno hay otro más bonito. Santa Bárbara es mi jardín público el que comparto con los indigentes, los niños, las madres, la gente que toma el sol y con los perros y sus minas.