Esta tarde he vuelto a oír el trino de la alondra, un canto territorial y metálico, que también se oye al amanecer. Cuando Salburua era una gran pradera y un viejo aeropuerto con el asfalto reconvertido en piedras este pájaro dominaba el aire y la tierra. Era el canto más repetido, el sonido de la pradera en verano junto a los grillos que se animan cuando suben las temperaturas. Vaya sinfonía y aún hay quien pasea con los cascos puestos como si el paisaje no tuviera nada que decirnos. Escuchen la naturaleza. Está llena de sonidos.
Ahora Salburua, el barrio, la zona residencial, está a tres metros de altura del viejo nivel del aeropuerto. Se hizo para salvar el nivel freático del agua, que se hubiera metido por todos lados. Sólo queda una parte de aquella fantástica pradera, y en esa zona siempre llena de gente que hace mil cosas, béisbol, fútbol, cometas, parejitas, perros, ayer volví a oír a la alondra. Había mucho ruido, pero ella no ha renunciado a su territorio. Tiene el documento de propiedad y no se va, aunque la echen a base de construir y construir. Y no solo se oye en las praderas. En los agujeros que quedan con hierba entre chalés también aparece. No se quiere ir. La alondra aguanta. Es su territorio.