Este año de lluvias y nieves, la naturaleza va con el freno de mano echado. En las alturas, en los montes, la primavera sigue sin llegar. En los parques de Vitoria tras la explosión de los prunus, cerezos y ciruelos y todos los frutales con hueso, le toca el turno a los castaños de indias o al árbol del amor o de Judea, con sus maravillosas flores violetas. En las campas de Olárizu, se disfruta de las margaritas, los botones de oro y las orquídeas salvajes de las que Álava tiene un montón de especies. Bueno, alguien se mosqueará por la exageración, pero lo dicen lo botánicos. Tenemos más especies en un territorio tan pequeño que todas las que pueden sumar los ingleses o los holandeses en sus países.
Esto viene a cuento de la importancia que tiene la fenología, la ciencia que estudia la periodicidad de los ciclos de la naturaleza. En eso, los ingleses nos triplican a nosotros. Tienen poco, pero lo aprovechan bien, como en el caso de la ornitología.
El cambio climático está cambiando la leyes de la fenología que, según la revista National Geographic de abril, se remonta al menos al año 705 cuando la realeza de Kyoto registraba el momento de floración de los cerezos. En la Europa del siglo XVIII la práctica comenzó como un pasatiempo para clérigos, caballeros y mujeres solteras. Hoy en día cualquier puede colaborar en alguna de las muchas bases de datos online de todo el mundo. Desde los huevos de rana a los gorjeos de los pájaros o la siega del césped. Nuestros agricultores han sido los grandes depositarios de todo ese conocimiento, aunque no se ha sistematizado como lo hacen los británicos. El cambio climático obligará a hacerlo.