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Ignacio Tylko

Polska droga

El matón y la gitana

Por lo general los polacos no se andan con chiquitas. Dan un poco de miedo cuando cantan y vociferan, aunque lo extraño del idioma también ayuda a que la impresión sea mayor. ¿Ver a riadas de hinchas españoles camino o a la salida de un estadio también impone respeto? Y si son ultras, ya no digamos. Pero ese tranvía lleno de cascos de cerveza, apestando a alcohol, y esos gritos contra los rusos, asustan a cualquiera. Y eso que Grecia les había empatado y que su archirrival goleó a los checos en la jornada inaugural. ¡¡¡Qué nacionalismo a ultranza!!!¡¡¡Qué manera de beber!!! Si les entras bien y con educación, resultan corteses, serviciales, amables y hasta cariñosos. Pero como te vean un cuerpo extraño, con ciertos aires de superioridad o exigente más de la cuenta, mucho ojo.
Este mediodía, fui testigo de una escena desagradable. Tres de la tarde en un pub irlandés. ‘Molly Malone’s para más señas. En plena calle Krakowskie Przedmiescie de la ciudad vieja de Varsovia, completamente reconstruida porque fue devastada por la barbarie nazi. Daba cuenta de una ‘piwo’ (cerveza) y unos ‘bigos’ -comida típica polaca consistente en repollo fermentado cocido con varios tipos de carne- mientras unos hinchas españoles preparaban el viaje del domingo a Gdansk para animar a ‘La Roja’. Sus alegres cánticos, aunque fuesen con tintes machistas y maleducados (“¡morena, enséñanos la teta! y ¡rubia de bote, chocho morenote!”), resultaban ininteligibles para los polacos, pero les hacían gracia.
Con algunos seguidores helenos incluidos, todo era buena sintonía en la terraza, con servicio atento de (as) irlandeses de origen polaco. De pronto, se acercó una mujer con rasgos gitanos y el niño en brazos para pedir limosna. Al instante, unos clientes polacos la invitaron a marcharse a gritos. La pobre apenas hizo un amago de insistir cuando se le echaron encima los camareros con ciertos malos modos. Y por si todavía le quedaba alguna gana de aproximarse, salió de dentro del local un tipo fornido, con melena y bigote, que la expulsó de la zona con algún exabrupto. Mocetón para todo. Tan pronto apretaba tornillos de las sillas, como arreglaba alguna mesa, repartía cartas de comida y bebida, captaba clientes por la calle o hacía de improvisado matón. Se ponía la indumentaria del bricolaje y luego aparecía con sombrero de copa negro y una capa marrón. ¿Algo que ver con la religión?, se le preguntó. “No. Es cosa de los dueños del local?, respondió sin pestañear. El inglés no daba para más. Cómo para preguntarle si era racista.

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