El hospital Clínico de Madrid dispone de un nuevo servicio bautizado como comedor terapéutico, donde los pacientes, fundamentalmente chicas, aprenden a comer. Lo he leído este fin de semana en la edición digital de ‘Diario Médico’ , en un artículo sobre nuevos tratamientos de la anorexia y la bulimia. Una y otra patología son las dos caras de una misma moneda, la de la cultura de la extrema delgadez, dos problemas de salud que llegan a afectar hasta el 5% de la población entre 18 y 30 años.
Hay tres aspectos que me han llamado la atención de este artículo y que me gustaría compartir con ustedes. El primero es la iniciativa ésta de los comedores terapéuticos, donde se sirven menús tradicionales, los de siempre, los que comemos todos en casa. La idea es aprender a disfrutar de uno de los más sanos placeres de la vida. Las pacientes llegan, se sientan a la mesa, comen y después descansan durante una hora, con el fin de limitar al máximo la posible ansiedad que podrían generarles los alimentos.
A comer, como a todo, también se enseña. Nuestro organismo está preparado para que de niños nos gusten más los productos dulces; y de mayores, poco a poco, comiencen a aceptarse mejor los sabores salado, amargo, agrio. Los especialistas en nutrición, como la pedagoga Monserrat Domenech , coautora del libro ‘¡A comer!’, aseguran que se aprende a comer a partir de los cero años; y que los padres tienen –tenemos– una enorme responsabilidad en enseñar a nuestros hijos a tomar de todo y a disfrutar de la comida. Lo mismo que les enseñamos a jugar, también podemos enseñarles a alimentarse bien.
Hay, sin embargo, un asunto de la información sobre los comedores terapéuticos que realmente me ha impactado. Las adolescentes y jóvenes que se ven falsamente obesas ante el espejo llegan a plantearse cosas tan disparatadas como si las cremas hidratantes, faciales y corporales, aportan grasas al organismo. Tremendo. ¿Qué estamos haciendo mal?