Mi padre era poco más que un niño en la recién estrenada posguerra española, cuando un día se quedó mirando la puerta de la casa de una de las familias más adineradas de su pueblo, en Navarra. Un pobre, un hombre que seguramente lo había perdido todo por la patria, golpeó la aldaba de la vivienda y pidió que le abrieran. Salió una mujer.
– «¡Tengo hambre! Llevo días sin comer», se lamentó el mendigo.
– «Pues vaya y coma, buen hombre, pero coma, que sin comer no se puede andar por el mundo», le respondió ella, muy viva y muy canalla, dándole con la puerta en las narices.

Algo así hace la Iglesia con el sida en el mundo. Se ve que la gente está empeñada en tener relaciones sexuales y no, eso no está bien. Es una marranada y, bien mirado, qué necesidad tenemos de intercambiar fluidos con otras personas. Ninguna… ¡Válgame el cielo!
He leído en mi periódico a un profesor de bioética que dice que «los preservativos (en Mozambique) no son la solución frente a la promiscuidad irresponsable». ¡Pufff!

Entiendo que se debe educar en el amor, la afectividad, la sexualidad responsable, bla-bla-bla, bla-bla-bla, bla-bla-bla, pero, querido Jesús Zubiría, profesor de bioética, con todo eso y un montón de buenos propósitos por la igualdad y el desarrollo, no basta ¿Sabe qué pasa? Que la gente ya, en este mundo cochino, le hemos cogido vicio y no queremos dejar de tener sexo. Ocurre especialmente en las poblaciones que usted mejor conoce, en Mozambique, donde no tienen otro entretenimiento que acostarse con la vecina de al lado.

Hay muchas malas costumbres milenarias que hay que ir cambiando en la búsqueda de un mundo más igualitario entre hombres y mujeres, Norte y Sur, ricos y pobres. Estamos de acuerdo. Pero ya estoy harto de tanta prohibición moral contra el que fue siempre el único placer al alcance de toda la Humanidad, por encima de razas, sexo y clase social. El sida vino a arrebatárselo a los más pobres, pero la ciencia –¡bien! – nos brindó la vacuna más eficaz jamás conocida: el preservativo. En torno al 95% de eficacia.

Hay que educar en el respeto y tantos otros valores, de acuerdo, pero sin tanta moralina. Me pregunto qué es más irresponsable ante la contaminación ambiental. ¿Repartir respiradores o pedir a la gente que deje de respirar? No es ya en Mozambique, en España mismo, con más de cinco millones de parados, si se pide a la gente que deje de respirar, ¿que nos queda?
¡Jo, algunas personas tienen el vicio de comer todos los días!
¡…Aaargh! ¡Qué ahogo! Mañana cambiamos de tema.