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Fermín Apezteguia

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¡Cosquillas, qué gracia!

Las cosquillas, ¿placer o tortura? Acaba de llegarme vía e-mail una pequeña entrevista con un psiquiatra infantil, Daniel Marcelli, del hospital universitario de Poitiers, en Francia, que habla sobre el valor de las cosquillas. No las que uno puede hacerle, o no, a su pareja, sino las que sirven como juego entre los padres y los hijos. Cuenta este médico que más que una sensación y un divertimento, las cosquillas constituyen toda una forma de relación.

Son un juego compartido, que según Marcelli, afecta al plano afectivo y emocional. El clima de ternura que generan favorece «grandes instantes de intimidad», que tienen el valor añadido de que sirven para que el pequeño comience a tomar conciencia de su propio cuerpo. La “hormiguita” que trepa por los pies, la rodilla y la pierna contribuye a que el crío empiece a conocerse.


A los niños, tengan la edad que tengan, generalmente les encantan las cosquillas. Sobre todo cuando vienen de seres tan queridos como los padres. Es importante, en todo caso, saber quién, dónde y cuándo se hacen. Según se avanza en edad pueden dejar de hacer gracia porque, según indica el psiquiatra francés, «son gestos tan íntimos que sólo se aceptan si proceden de personas de confianza». «Todos tenemos, además, alguna parte especialmente sensible del cuerpo en que las cosquillas pasan de ser una delicia a una tortura».

El exceso siempre es perjudicial, pero el defecto también. Llegan las vacaciones de Semana Santa. Si tiene hijos, disfrute de ellos y hágales todas las cosquillas que soporten. Una tía mía dice que cuando son pequeños están para comérselos, «aunque luego, cuando crecen uno siempre acaba preguntándose ‘¿por qué no me los comí?’». Pues eso.

Felices y cosquillosas fiestas.

La salud al alcance de cualquiera

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