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Fermín Apezteguia

Pasamos consulta

Las enfermedades que me han tocado sufrir

A los médicos y pacientes con enfermedades infecciosas les gusta diferenciar entre infectado y afectado. Si habláramos de gripe, el infectado sería el paciente y el afectado todo aquel que viera trastocada su vida a causa de la enfermedad. El hermano que cambia de habitación, el padre o la madre que han de pedir el día libre en el trabajo… A los ojos de muchos lectores, los periodistas parece que vivimos en una burbuja, como si el mundo de nuestro alrededor no nos afectara. Buscamos la carnaza y, ya está, la servimos en bandeja.

¿Se cree alguien que no le afecta la crisis económica a los periodistas de Economía? ¿Hay quien, de verdad, piensa que mi compañero Jesús J. Hernández, que cubre para EL CORREO la Diputación de Bizkaia, se librará de liquidar con la Hacienda foral el impuesto del IRPF? Pues a mí me pasa lo mismo. Escribir sobre salud no me hace inmune a la enfermedad ni al sufrimiento humano, aunque haya lectores -que los hay- que piensen lo contrario; y esta semana me he encontrado con alguno de ellos.

Mi responsabilidad en el periódico es informar sobre salud y mi obligación, contar las cosas que pasan, o van a pasar, teniendo en cuenta que mis principales lectores son personas que sufren. Sé que si un día escribo sobre cáncer, el que sea, el 90% de mis lectores serán enfermos que lo padecen y los familiares que les arropan. Posiblemente, la mayoría de ellos dejará de seguirme al día siguiente, cuando aborde las enfermedades mentales, aunque quizás regrese pasado mañana, cuando me toque hablar sobre los últimos avances en la lucha contra el alzhéimer, que padece su madre.

La enfermedad nos toca a todos, incluso a los periodistas. No puedo dejar de contar los efectos adversos de un tratamiento, porque haya pacientes que estén tomándolo, ni la controversia existente en torno al cribado del cáncer de mama, porque haya mujeres que hayan tenido que someterse a una mastectomía. De la misma manera que no puedo dejar de escribir sobre una patología determinada porque me haya tocado de cerca. Ni debe ni puede ser. Quizás, después de tantos años con ellos, me pase un poco como a los médicos: preferiría dar noticias buenas y que todos los días tocara el Gordo de Navidad en Mondragón, pero no me queda más remedio que contar lo que hay. Mi obligación es informar con rigor y también con respeto, que es algo que me impongo como profesional. Quiero que mis lectores sepan exactamente qué les puede tocar en caso de que se enfrenten a una patología concreta. Los síntomas que notarán, las terapias que les ofrecerán, las alternativas de la cirugía, las vacunas disponibles, incluso las investigaciones en marcha. Si hay algo que la ciencia ignora o no tiene claro, se lo diré; y si lo que publico hoy, mañana se demuestra incierto, también se lo contaré. Porque somos periodistas y éste es nuestro oficio. Hacer el relato de la vida.

Pero además de periodista, resulta que también soy persona, 24 horas al día. Cuando cerramos nuestros ordenadores, los periodistas nos encontramos con nuestros familiares y amigos. Hablamos del día que hemos pasado, del que vendrá mañana, compartimos un vaso de vino, que es cardiosaludable; nos reímos, otras veces discutimos y casi siempre nos preguntamos también por nuestros dolores. En mi entorno cercano hay o ha habido casi de todo. Obesidad, diabetes, ictus, infarto de miocardio, defectos y patologías de la visión, enfermedades psiquiátricas, demencias, alergias, hernias inguinales y de disco, lesiones óseas, hepatitis, varicela, VIH-sida, cánceres… La lista da para un hospital completo. Quizás por eso, cuando escribo, siempre tengo a alguien en mi cabeza.

La salud al alcance de cualquiera

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