Los españoles consumimos el doble de la sal necesaria para la vida. La Organización Mundial de la Salud estima que la cantidad de cloruro sódico suficiente para que el organismo funcione de manera correcta se sitúa en cinco gramos al día, pero en España, en línea con lo que sucede en el conjunto de Europa, el consumo medio se sitúa en casi diez gramos diarios (9,7). ¿Es posible tomar todo menos salado y seguir disfrutando de la comida?
Los profesionales de la salud, nutricionistas y dietistas, están convencidos de que sí, que se puede; y las empresas de la alimentación también comparten ese criterio. Es necesario, pero no será fácil.
«Necesitamos la sal para vivir. La fluidez de nuestra sangre depende de la proporción adecuada de este elemento en nuestro torrente sanguíneo. El reto, desde el punto de vista de la salud, es que los productos contienen ya el 80% de la que ingerimos, antes incluso de que los sazonemos», explica la dietista María José Ibáñez, que participó ayer en un acto en Bilbao a favor de una alimentación menos salada, promovido por Eroski. El desafío, desde el punto de vista sanitario, consiste en ver cómo se puede reducir la ingesta de un condimiento básico en la dieta hasta niveles que están por debajo de la cantidad de este mineral presente en los propios alimentos.
Dicho en cifras: es mejor no consumir más de cinco gramos diarios de sal y nos tomamos casi diez, pero si dejásemos de echarla a la comida, no resolveríamos demasiado. Aún nos tomaríamos ocho gramos. ¿Cómo se resuelve la ecuación?
«Hay que cambiar de hábitos alimentarios». Los especialistas aconsejan evitar los productos precocinados y comprar preferentemente género fresco, que contiene bastante menos sal por ser ésta una sustancia que se utiliza como conservante. Otra opción complementaria consiste en consumir comestibles bajos en sal. Lo ideal sería poner en la mesa pan sin sal, aunque lo cierto es que la industria panadera, como consecuencia de un compromiso con las autoridades sanitarias, lleva unos años reduciendo paulatinamente el contenido sálico de sus barras y su bollería.
El mercado también ofrece jamón y queso ‘light’, aunque los consumidores pueden, asimismo, utilizar trucos para sazonar menos sus platos, como cocinar al vapor o al papillote y concentrar mejor así el sabor de los alimentos. Otra solución consiste en usar condimentos alternativos, como vinagre, pimienta, romero o tomillo. «Es cuestión de acostumbrarse», afirma Ibáñez.
La idea es reducir su consumo sin eliminarla de la dieta. La sal es tan necesaria para la vida que la savia de las plantas y el suero sanguíneo de los animales contienen un mineral muy semejante a la sal marina. En el caso de la sangre humana, un 1% de sus componentes es cloruro sódico, un mineral básico para el equilibrio celular.
El problema es que la sal está considerada como el principal causante de la hipertensión, enfermedad que afecta a unos 10 millones de españoles y es una de las principales causas de patología cardiovascular. «En navidades no pasará nada por comermos una chuleta con su grasa y su sal, pero eso es algo que no puede hacerse con asiduidad», resume la especialista.
Nota: publicado originalmente en la edición del diario ‘El Correo’ del día 21 de noviembre de 2012 (21-11-12)