Me he empeñado en enseñar a mis hijos tres cosas por encima de las demás. A dar las gracias, pedir perdón y a decir te quiero. Las tres cuestan a menudo un horror, a pesar de que la edad nos enseña, una y otra vez, lo fácil que se pone todo con sólo pronunciar las palabras mágicas. Lo siento. ¿Ven qué facil?
Yo lo siento porque me gustaría escribir sobre la importancia de ser agradecidos y del valor de un ‘te quiero’ a tiempo, pero la actualidad, para un periodista manda. Lo que Mariló Montero, la presentadora del programa ‘Las mañanas de La 1’ ha hecho este fin de semana con Ane Igartiburu no tiene precio. La humilló en público y ha tenido la valentía de decirle, también en público, ‘perdóname, me he equivocado y no volverá a ocurrir más’. «Me exijo a mi misma el reconocimiento de que expresé una agresividad que no se corresponde con mi talante, ni con los méritos prefesionales de Ane», ha escrito la presentadora navarra en un artículo del ‘Diario de Sevilla’, en el que también explica que llamó a la periodista vizcaína para «pedirle perdón» porque «es más justo que pedir disculpas. El perdón implica arrepentimiento junto al deseo de recibir del ofendido el regalo que lo conceda».
Maravilloso por doble motivo. Por la fantástica explicación del término y por la gallardía de llevarlo a la práctica en público. Independientemente de las valoraciones de cada uno, insisto en que me parece fantástico. Todo el mundo sabía ya que le había pedido perdón en privado, pero como la ofensa había sido de gran calibre, en directo y por la mayor cadena pública de televisión, Mariló Montero buscó la manera de reparar su error no de cualquier modo, sino a través de un medio de comunicación y en fin de semana, para que se oiga mejor.
Es tan dificil pedir perdón, que ni siquiera el Rey, cuando su famosa cacería de elefantes, se atrevió a hacerlo. «Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir», se limitó a decir el monarca, que no siendo poco, no es lo mismo. Juan Pablo II fue el primer Papa en pedir perdón. A la Iglesia católica le costó casi 2.000 años hacerlo, hasta el 12 de marzo de 2000. Juan Pablo II reconoció culpas y errores, actuales y pretéritos, aunque visto lo ocurrido desde entonces hasta hoy podría pensarse que a la Iglesia católica le faltó -y le sigue faltando- el propósito de enmienda, que viene a ser el firme propósito del arrepentido de no volver a cometer el mismo error. Los expertos dicen que cuesta pedir perdón porque supone poner en entredicho el ego de uno mismo. Porque el orgullo se confunde con la humildad.
«Aunque pedir perdón se haya convertido en una moda protocolaria, a menudo sin más efectos prácticos que el mero gesto de etiqueta», escribía en EL CORREO mi compañero José María Romera, «es evidente también que encierra unos valores dignos de tenerse en cuenta. La reconciliación representa el triunfo de la paz sobre la guerra, de la fraternidad sobre la discordia, del diálogo sobre la incomunicación». A pedir perdón, como todo, es algo que se aprende. Sintiendo de verdad lo que se está diciendo, solidarizándote con los sentimientos de otro. El secreto, luego, consiste en olvidarlo. Como Mariló.