Un compañero mío de trabajo y mantel se convirtió en héroe hace sólo unos días. Sintió un dolor opresivo en el pecho y la espalda y se dijo ‘estoy sufriendo un infarto’. Abrió su botiquín particular, se introdujo una aspirina bajo la lengua y llamó al médico. Hechas las oportunas comprobaciones, el especialista pidió una ambulancia y le condujeron al hospital. Durante el traslado, mi compañero aprovechó el viaje para llamar al periódico e informar de la situación. «Hoy no me esperéis. Me ha dado un infarto y me están llevando a Cuidados Intensivos».
Admiro enormemente su capacidad para detectar un problema de salud tan grave como un infarto de miocardio y la frialdad con que lo abordó, que le permitió salvar la vida. En realidad, es así como hay que hacerlo, pero no siempre es posible. Unas veces porque la enfermedad es silente, no da síntomas que permitan reconocerla, y otras porque lo único que uno no espera es que se le estén cerrando las arterias coronarias.
Vaya por delante que mi compañero es un tipo muy sano. No fuma, hace ejercicio con regularidad y lleva una dieta muy equilibrada, rica en frutas, verduras y pescado y más pobre en carnes, sobre todo las rojas. Pero le pasa, como a muchas personas que tiene tendencia genética a que se le suba el colesterol; y contra eso es muy complicado luchar.
Lo cierto es que todos sabemos lo fácil que es, en teoría, prevenir el infarto. Pero qué difícil se hace, especialmente cuando tienes que comer cinco días de siete fuera de casa, vives con horarios de trabajo que apenas te dejan tiempo para nada y tus hijos pequeños también quieren que te tires con ellos al suelo a jugar con sus coches, sus ‘playmobil’ y sus muñecas. Y ahora, para colmo, planea sobre nuestras cabezas, como un buitre, el fantasma de la crisis. Si tienes entre 45 y 55 años, eres un buen candidato a sufrir una enfermedad cardiovascular. Ya sabes: una angina de pecho, un infarto de miocardio, una trombosis, un derrame cerebral… Hay que cuidarse.
La última vez que comimos juntos estuvimos hablando de todas estas cosas… y otras bastante más divertidas, claro. ¡Felicidades compañero! Me alegro de que te estés recuperando. Gracias por tu clase de prevención.