Llega el Día Mundial del Sida y los medios comenzamos a bombardear con informaciones relacionadas con la infección. La epidemia contiene su avance, Euskadi abre la primera consulta virtual para gays, las farmacias de Euskadi ponen en marcha un programa pionero para la detección rápida de la sífilis… Pero de todas ellas, la que más me ha llamado la atención, no digo que sea la más importante, sino que me parece curiosa su publicación, es la que se refiere a un informe realizado en el hospital Ramón y Cajal de Madrid sobre el coste que genera el diagnóstico tardío. El trabajo, que ha requerido el seguimiento de 426 pacientes durante cinco años, revela que el 62% de los afectados no fueron diagnosticados a tiempo y que esa demora supone para el Sistema Nacional de Salud un coste extra de 11.000 euros al año.
El Congreso Nacional de Gesida, celebrado recientemente en Sevilla, plantea la cuestión al revés. Un diagnóstico precoz del VIH ahorraría a las arcas públicas casi 11.000 euros al año. Para calcular esa cifra, los autores de la investigación tuvieron en cuenta el coste añadido en consultas wexternas, ingresos hospitalarios y tratamiento antirretroviral. ¿Qué sentido tiene la realización de un trabajo de estas características, más allá de conocer la cifra que nos sirven en titulares? ¿Qué se está buscando?
La primera respuesta que se me ocurre es que supone una llamada de atención para que se pongan en marcha todos los mecanismos posibles que permitan, por un lado, evitar nuevos casos y, por otro, diagnosticar a tiempo los que aparezcan. ¿Qué podría hacerse? Por ejemplo, que los médicos de cabecera invitaran a sus pacientes a hacerse la prueba del sida. Es una posibilidad. Pero, en realidad, creo que ésa no es la única intencionalidad de este trabajo, que sospecho que busca abrir un debate nunca cerrado.
¿Debe incluirse la prueba del sida en los análisis de sangre convencionales? El debate no es nuevo. ¿Es necesario que uno la pida para que se la hagan, como ocurre hasta ahora, o no resultaría más eficaz que los análisis de rigor, lo mismo que nos miden el colesterol, evalúen si estamos infectados por el VIH? Lamentablemente, en la toma de una decisión así, que seguro que está evaluada, pesa el criterio económico por encima del social. ¿Qué es más barato, dar medicación a un infectado o generalizar la prueba del sida? No tengo respuesta para esta pregunta. Simplemente no lo sé, aunque reconozco que me gustaría. Ahora bien, garantizándose siempre la máxima confidencialidad de los datos, como se supone que ocurre o debiera, y prohibiéndose este tipo de análisis en el ámbito laboral, me parecería muy oportuno que buscaran en mi sangre la presencia del virus del sida, lo mismo que evalúan la cantidad de leucocitos que tengo y no sé cuántas otras cosas más. Si lo hicieran a partir de los 14 años, a la edad en que los jóvenes comienzan a tener relaciones sexuales, estoy convencido de que se evitarían muchos diagnósticos tardíos. Posiblemente una medida así también contribuiría a contener la epidemia. La enfermedad se socializaría. Como consecuencia final, se ayudaría a combatir el estigma y el rechazo que sufren los pacientes. Quizás esté equivocado, pero creo que detrás del estudio del Ramón y Cajal algo de esto hay.