Desde que soy padre apenas voy al cine. Salvo excepciones. En los últimos siete años me he hinchado a ver películas de dibujos animados y clasificadas para todos los públicos. Este verano, por ejemplo, me he visto dos veces ‘Cars 2’, un auténtico tubo, y la de los ‘Los Pitufos’, con la que reconozco que me reí un rato, incluso la segunda vez; y eso que de pequeño nunca me hicieron gracia. Pero a lo que iba. Una de las cosas buenas de las vacaciones, para mí, es que me permiten alguna escapada en solitario al cine. Me apetecía ‘El origen del planeta de los simios’ porque la versión original fue una de las películas que de crío más me impactaron. Después del bodrio de adaptación que se cascó Tim Burton hace unos años no tenía demasiadas esperanzas en ella, pero esta vez salí de la sala encantado.
¿Qué tiene que ver todo esto con la salud? Si no la has visto, no sigas leyendo. Merece la pena verla y yo necesito destriparla, aunque intentaré que sea lo menos posible. Cuenta la historia de un investigador de San Francisco que trabaja en el desarrollo de un fármaco contra el alzhéimer. El producto diseñado se prueba en chimpances y se revela como una gran esperanza: no sólo parece detener el deterioro causado por la enfermedad, sino que va más allá y se muestra capaz de activar la función cerebral. La investigación continúa y el fármaco utilizado para el medicamento se mejora, pero un error humano hace que el virus comience a diseminarse entre la población. La inmunidad natural permite a los simios superar la enfermedad sin problemas, al tiempo que les vuelve más inteligentes. En los humanos, sin embargo, la infección se vuelve letal.
Tengo mucho interés por ver la segunda parte del filme y descubrir como la acción salta de costa a costa, de San Francisco a Nueva York, donde tiene lugar la escena final del clásico que a muchos nos dejó varios días sin respiración. Charlton Heston maldiciendo la ambición humana, golpeando la arena de la playa frente a una hundida y derrotada Estatua de la Libertad. De momento, he descubierto muchas similitudes entre la historia que nos cuenta Ruper Wyatt y la del sida, que comenzó oficialmente hace 30 años, también en San Francisco y Nueva York. Como el del filme, la provocada por el VIH también es una infección que los monos superan sin dificultad pero que para los humanos resultaba originalmente mortal, hasta 1996.
Cuando yo era más o menos adolescente se corrió por el mundo el rumor de que, como sucede en ‘El origen del planeta de los simios’, el del sida era un virus de laboratorio liberado por un fallo humano. La ciencia se empeñó luego en demostrar que era incierto. La teoría de la conspiración. Que todo ocurrió, no en Estados Unidos, sino en África, en algún lugar remoto de Camerún, en la frontera con Gabón y la República del Congo. Siempre he creído que sucedió así, como nos lo han contado, y supongo que efectivamente lo fue; pero con los años, me he vuelto más escéptico. A mi padre le pasó lo mismo y yo solía reprochárselo. Aún hoy, en su demencia, me sigue enseñando.