La mente. Estoy siguiendo con atención la historia de Ismael Quesada, el joven de Portugalete que, la semana pasada, terminó con la vida de su madre y de su hermano pequeño, un niño de 11 años con una gran discapacidad. Ojalá me equivoque, pero a los ojos de la mayoría de la población el muchacho es simplemente un asesino. Quizás sufra una enfermedad mental, pero un asesino al fin. Muchos creerán, incluso, que eligió premeditamente la víspera de su mayoría de edad para cometer los crímenes y que su sitio está, no en un psiquiátrico, sino en prisión, apartado de la sociedad. No es así.
«Cada día salen nuevos enfermos psicóticos y no matan a nadie», recordaba hace unos días el psiquiatra Pedro Sánchez, de la unidad de Psicosis Refractaria del hospital psiquiátrico de Álava; que, por cierto, es la única unidad específica existente en España. «Todos los días, en cualquier hospital vasco –decía el especialista a mi compañera Maria José Carrero– ingresan dos o tres personas con psicosis y ninguno hace eso». Dicho de otra manera: «todos los días estamos viendo parricidios y sus autores no son enfermos».
Tal vez la tendencia natural a pensar aquello de que todo el mundo es bueno nos lleve a deducir, equivocadamente, que el malo es un enfermo. Es un error. La mayoría de los criminales lo son porque son personas malvadas, o que actúan con maldad, independientemente de que la educación recibida o la vida les haya llevado por unos u otros derroteros. Esa es otra cuestión. Los periodistas tampoco acostumbramos a informar sobre la situación mental de los delincuentes, salvo que presenten una patología, pero también ése es otro asunto. No es que los que nos dedicamos a la información seamos extraños. Jamás he oído a nadie preguntarse por la salud mental de, pongamos por ejemplo, Bin Laden.
«Las páginas de los periódicos están llenas de gente sana». Lo dice otro psiquiatra vasco, Miguel Gutiérrez, jefe del servicio de Psiquiatría del hospital Santiago de Vitoria. «Un 1% de la población padece esquizofrenia. ¿Qué delincuencia debería producir con estos datos el paciente esquizofrénico?», se pregunta. Ismael es un enfermo. Estoy convencido de que, alguna vez será consciente de la atrocidad que ha cometido y vivirá para siempre con la pena más grande que ningún juez le pueda imponer. La de que un día, en medio de una tormenta mental, ciego por las distorsiones de su cerebro, acabó con la vida de su madre y la de su pobre hermano pequeño.