Ayer domingo, fue nuestro ultimo día en tierra y qué mejor forma de aprovecharlo, que dando un buen paseo por la Isla de San Antao, que se encuentra a tan solo unas 10 millas al Noroeste de Mindelo. Hemos sido varios tripulantes los que decidimos cogernos un pequeño barco de pasajeros y cruzar a esta especial isla caboverdiana.

Especial, porque según comienzas a subir desde el nivel del Mar hasta los 1.600 metros de altitud, pasamos del calor de los treinta y pico grados hasta un fresquito que por unos momentos nos acerca a nuestra querida Euskadi.

Nuestras piernas marineras nos piden decidirnos por subir hasta lo más alto con un local llamado Tony y su sufrida furgoneta. Una vez allí nos señala el camino tirando una piedra, y quedamos en juntarnos con él de nuevo en unas tres horas. Los primeros pasos nos sorprenden. Pinos, arbustos, flores e incluso setas.

Perdemos el camino por un momento y entre arboles aparece uno de los paisajes más impresionantes que he visto; un mar de nubes por debajo de los grandes picos erosionados por la lluvia y de origen volcánico, con un mar azul al fondo, y una vegetación verde que cae en picado desde los 1.600 metros hasta perderse allí abajo, muy abajo ya, besando el Mar.

Sin prisa, parando a contemplar las plantas y flores, durante más de tres horas, vamos bajando por un camino empedrado y a veces con escalones. Los tripulantes disfrutando con cada detalle, y sufriendo un poco a medida que el fresquito de la altitud nos abandona y regresamos al calor húmedo del trópico. Nos acordamos de Charles Darwin, y tantos otros que llegaban desde la Mar a bordo de grandes veleros para adentrarse en los bosques en busca de nuevas especies que catalogar y “descubrir” para el Mundo.

En los últimos tramos del descenso, llegamos a un pequeño poblado en donde sus gentes nos regalan varias bananas que allí mismo cultivan sentándonos como “lluvia caída del cielo”. Nos miran extrañados pero de una forma tranquila y amigable.

Estoy seguro de que en las próximas tres semanas, estos recuerdos nos van a acompañar en la inmensidad del Océano. A bordo, todo está preparado. El Pakea Bizkaia espera liberarse de sus amarras, o grilletes como escribiría Conrad para volver a su naturaleza de animal que surca los Océanos. Todos a bordo estamos deseando partir, regresar a la rutina de los días en la Mar, y volver a disfrutar de la contemplación del espectáculo que nos aguarda.

Por proa unas 3.600 millas hasta Buenos Aires, navegando hasta el Ecuador, luchando contra las calmas, antes de negociar con los Alisios del SE que nos llevarán hasta América. En total, la duración de la navegación será de unas tres semanas aproximadamente en las qué os iremos contando todo lo que ocurra y sintamos a bordo. ¿Estáis preparados para navegar? Dejarnos llevaros con nosotros. ¡Zarpamos rumbo Sur con destino a Argentina!