Buenos días hermanos. Estoy en capilla, mañana grabo el cero del programa, Pepepotamo, dame ánimos que te necesito ahora. A tu estilo, indirecto, pero fiel, como siempre.
Aquí dejo el artículo.
El manacorí
Puede parecer el nombre de un animal protagonista de algún documental de la 2, ¿verdad?; una especie de mamífero placentario trepador, con el pelaje grisáceo, solitario, dotado con un hocico largo para introducirlo en los hormigueros. Nada más lejos, es uno de los cien nombres entre los que se esconde el tenista que se vino abajo y que ahora, quiéralo Bjorg, vuelve meter presión en el circuito y amenaza con robarnos las horas de las tardes de los domingos, así sea. He leído muchos artículos que intentaban dar una explicación a la travesía del desierto del manacorí: que si estaba cansado; que si sus padres se habían separado; que si el doping; que si esto; que si lo otro, etc. Yo, que siempre busco detrás de la lógica, porque es donde se esconde, a menudo, la verdad, creo que puede haber otra explicación. Nadal ha estado fuertemente ligado, durante estos últimos años, al “emocional colectivo”; >; >, son eslóganes que han calado hondo, tanto en el tenista, como en el público, los aficionados que llenamos los sofás, torneo tras torneo. Es tan fuerte la identificación con él, que yo he llegado a ver a gente sacándose la goma del calzón sin venir a cuento, o exhibiendo un triste bíceps como muestra de poderío. Nos hemos fundido con Nadal, es como si el de Manacor fuese nuestro “avatar”. Claro, pero a él también le afecta estar difuminado con la tropa mundana, somos demasiada carga para una espalda por muy fuerte que esta sea. Conviene recordar que el año
A gozarla