Píldoras

Hay otro debate por encima del que nos sirven en bandeja, que también es importante resaltar, aunque esté perdido de antemano. Pero mi condición de romántico humanista, iluso y utópico de la margen izquierda de la razón, me obliga a revelarme contra la rendición colectiva. Por supuesto que existe un conflicto de morales y de sensibilidades en torno a la píldora del día después, que por cierto, se podría llamar también la del , que lo es para la “cosa viva” que desaparece. Pero permítanme no entrar en ese callejón tan poco iluminado, y acogerme al beneficio de la duda, o del escaqueo intelectual, como prefieran. Lo que no voy a pasar por alto es el triunfo de la derrota. Cada vez más soluciones a nuestros problemas de todo tipo pasan por el gaznate empujadas por un trago de agua. Toda la fe que hemos retirado de los retablos y de las sagradas instituciones se la damos ahora a las píldoras. Con las pastillas somos seres espirituales, no necesitamos conocer el proceso, ni la composición, nos entregamos a la ciencia con los ojos cerrados como los novicios arrodillados ante al altar. Cada pastilla que tragamos sin saber qué es realmente y como actúa, estamos perdiendo el control de nuestro conocimiento, dejamos en manos de otros nuestro gobierno. No estoy en contra de los medicamentos, los tomo, sí me entristece la dependencia que veo en muchas personas a las pildoras, gente que ha decidido dejar de buscar la causa de su malestar y se ha encomendado a la religión de la dosis. Vuelven los pastilleros a los bolsos, pequeñas cajas de herramientas anímicas repletas de comprimidos de colores para equilibrar cualquier desajuste físico o mental. Como me decía ayer una amiga mientras se tomaba una pastilla tranquilizante >. De aquí a unos años, habrá pastillas sustitutivas de la gimnasia, del pilates, del yoga, y del paseo por el monte. Pasen buen día