Buenos días hermanos. Os cuelgo el artículo de hoy y luego paso otra vez.
Hemos entrado en la última semana de la campaña de las elecciones al Parlamento europeo y sigo teniendo la misma sensación de que la cosa no va conmigo. No se a ustedes, pero lo que es a mi no me excitan lo más mínimo, tienen incluso menos interés que un partido de tenis sin Nadal. Reconozco el empeño de los candidatos de los diferentes partidos y coaliciones –como el cóctel ese de sabores independentistas de izquierdas, por ejemplo- por atraer nuestra atención, pero es insuficiente. Los cimientos de este montaje son de barro blando; los primeros espadas de los partidos, en las elecciones generales y autonómicas, -las que nos ponen cachondos de verdad- no pasan de banderilleros, con todos los respetos para ellos, por supuesto. Siempre he tenido la sensación de que el Parlamento Europeo es una reserva de prejubilados políticos, una especie de Inserso donde los políticos pueden seguir jugando a legislar hasta que les llega la hora de la pensión, del Benidorm y de la sopas en el café. Otro inconveniente que le veo a este invento es la contradicción a la que se nos obliga. Una de las estrategias que mejores resultados da a la clase política es la constante invitación a mirarnos el ombligo, así somos más fácilmente manejables; una persona con la cabeza agachada no ve la línea del horizonte. Pero claro, ahora se nos exige una visión amplia, abierta, se nos recuerda que pertenecemos a una realidad superior, yo no se si tengo las cervicales para tanto baile. Y por último, aun a sabiendas que estoy ridiculizando en exceso, la mayoría de las noticias que nos llegan desde Bruselas son referidas a normativas de alimentación, agricultura, pesca y ganadería. O sea, que a nivel práctico, lo que vamos a elegir el domingo es el consejo de dirección de un hipermercado. Yo, si tengo que elegir, me quedo con la tienda de barrio de toda la vida, con gato gordo y yogures caducados. Pasen buen día.