Buenos días hermanos.
No me las puedo cortar, necesito todos los días acariciar una guitarra, lo siento por los cánones de belleza y la estética, pero va en el lote la uña larga. Lo de afeitarme todos los días lo puedo aceptar, que me he visto en el vídeo, y parezco un funcionario con gripe, joder.
El sermoncillo de hoy:
¿Para qué sirve un mitin?
Es una pregunta que me hago todas las campañas electorales, y nunca he encontrado una respuesta que me satisfaga. Porque, que yo sepa, a los mítines van los simpatizantes del partido de turno y unos cuantos periodistas. Y me imagino, que los asistentes al mitin tendrán el voto decidido de antemano, entonces, ¿qué sentido tiene asistir a un espectáculo tan obvio? Incluso, en el peor de los supuestos, en un mitin, te arriesgas a perder algún voto; el clásico ciudadano crítico que no ha salido conforme con el tono de voz del orador, o que se ha quedado sin banderita en el reparto. Hablando del tono de voz, no hay inflexión más patética que la del mitinero en campaña; esas frases que van subiendo progresivamente el volumen hasta llegar al clímax donde estalla la masa enfervorizada. Que generalmente suele coincidir con el insulto al oponente, nunca he visto que un auditorio se ponga en pie a aplaudir con la simple lectura del programa electoral de ningún partido. ¿Y qué me dicen de la aportación de