Buenos días hermanos, tiene pinta de que vamos a comer el turrón todos, ¿no? Me encanta la expresión “comer el turrón”. Por cierto, yo ya he picado este año, me he trincado media tableta del blando, mi perdición.
Quería colgar un sketch pero no va a poder ser. Los compañeros del Correo Digital me han encargado un video de felicitación para las navidades y me está dando algo de guerra. En unos pocos días la podremos ver por aquí.
Hoy voy a ETB después de cuatro años sin entrar, desde el…, me han invitado los de “Date el bote” para grabar un programa especial de esos que echan en la turronada.
Mañana tengo rodaje, participo en la película “Sukalde kontuak”, que está realizando Aizpea Goenaga, así que andaré algo líado. De todas formas, abriré la jaula todos los días para que salga la fiera a dar una vuelta.
Parezco una madre contando sus planes a sus hijos mayores, joder.
Os dejo las llaves de la casa, y ya sabéis, tenéis la comida en la nevera, solo hay que calentarla.
Y os cuelgo el artículo de hoy. Me dio un ataque romántico, lo reconozco.
¡Al hadrón!
No tengo buen día hoy, si me muerdo la lengua, me enveneno. No me tragaré ni la saliva, por si las moscas. La verdad es que deberían plantearse las beatificaciones exprés los gerifaltes de las religiones, porque aquí somos casi todos santos; usted y yo por descontado. No crean que lo digo en broma, nos merecemos una capillita con nuestro retablo y sus velitas encendidas. Tendremos nuestros pequeños pecaditos, o grandes defectos, de acuerdo, pero, a pesar de ello, la ecuación me da santidad cada vez que me la planteo. Porque los que nos mandan son unos sinvergüenzas. Que a gusto me he quedado. Sé que es un discurso setentero, trasnochado como los pantalones de campana y el símbolo da la paz, pero hay que redecirlo. El mundo necesita un brote de hipismo coherente para unir las sensibilidades que ahora están desperdigadas, escondidas, o disfrazadas con trajes de plumas. Hay que volver a tener una conciencia colectiva, un pacto de mínimos que no se firme en ningún congreso para que nadie pueda agarrar el palo de la bandera. Eso sí, sin tanto porro de marihuana, que atonta y esclaviza, un hipismo de bebida isotónica y vino tinto. Y que se puedan apuntar los mayores de cincuenta, los jubilados y los divorciados sin solfeo. En juego está el mango de la sartén, no agarrarlo, no, dejémonos de utopías, que nos dejen poner una mano, simplemente eso. ¿Se acuerdan de la máquina esa que pusieron en marcha en septiembre para descubrir si Dios existe o no? Sí, esa que se estropeo a la semana y que costó un riñón de cristo. ¿Qué se sabe del tema? Dijeron que, en dos meses, estaría arreglada. Ya han pasado. Si es que tenemos memoria de amante, no nos acordamos de nada. Me gustaría saber cuantos proyectos inservibles se ponen en marcha cada día gracias a la libre interpretación del término: desarrollo. ¿Eran hadrones los que se iban a poner en movimiento, no? Ladrones, hombre, ladrones. Pasen buen día y estén atentos a las movilizaciones.
Ya sé que ha sido un post austero, lo siento, compensaré el miércoles con carne fresca y trasparencias.