Buenos días hermanos.

Ya me perdonaréis los más refinados y los que estéis comiendo en este preciso instante; hoy me brota lo escatológico con brío, pidiendo paso como un aire imparable de día de alubiada. Hermanos, me despojo de toda la coraza intelectual, me despido del club de los poetas muertos y salto a la arena, >

Echo de menos las mierdas de los perros en las aceras, aquellas cacas de can antipersona que decoraban las calles de mi ciudad.

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que no estaba mal visto dejar los restos de la digestión de la mascota en el adoquín, ¿os acordáis? Las bolsitas retrete todavía no habían sido presentadas en sociedad, es más, ni el más europeísta se hubiera imaginado, en la época del primer “Verano Azul”, que acabaríamos agachándonos para comprobar la temperatura y la textura de la mierda de nuestro séter. Peajes de la civilización. No me extraña que, coforme pasan los años, el tamaño de los perros disminuya; hoy en día triunfan los perros que son más pequeños que los gatos, y es que manipular el chorongo de un pastor alemán adulto no tiene que ser nada agradable, por mucho cariño que se le tenga.

Entiendo que desde un punto de vista higiénico la medida es incuestionable, y por descontado, aliviamos a los servicios de limpieza de tan ingrata tarea. Ahora bien, hemos perdido las venerables caquitas blancas de acera. Una de las mejores metáforas descript¡vas que la naturaleza nos ha regalado para representar el paso del tiempo. Esa caca de perro que nadie recogía y que día a día se iba secando y blanqueando hasta desaparecer milagrosamente sin hacer el más mínimo ruido. Qué recuerdos. Había, incluso, un momento del ciclo en el que su parecido con un polvorón era tal, que apetecía cogerla y estrujarla, y…

Amigo amo de perro, hazte el despistado silbador y déjanos un regalo para los románticos, no recojas hoy las mierdas de tu Gudari, Kizkur, Simbad, Iru, etc.

Pasar buen día.