My way
Entierro de motero. La voz de Frank Sinatra cantando My way conmovió al grupo reunido en torno a la tumba de Richard Roberts, miembro prominente del Rebels Motorcycle Club australiano.
Rebel Ricky y otro colega, un tal Gregory Carrigan, fueron asesinados el otro día por un veinteañero, en lo que no está muy claro si era un asunto de faldas o un ajuste de cuentas en la guerra declarada entre los gangs de moteros australianos por el control del tráfico de drogas. De hecho, Ricky no llevaba demasiado tiempo en la calle desde que salió de la cárcel.
“Era un gran trabajador, con el corazón de oro. Mucha gente le respetaba”, dijo Alex Vella, presidente del club, en su funeral (‘He was a hard-working man, a heart of gold. He was respected by many people,’ )
El desfile gozó de una vigilancia policial digna de un jefe de estado para evitar tentaciones de venganza, a pesar de que la organización había pactado previamente con la policía recorrido y otros asuntos: llevarían casco -negro-, a pesar de que no llevarlo implica en estos casos respeto por el homenajeado (se lo quitaron durante un minuto de silencio).
En Australia ha perdido peso el tópico del motero que curra durante la semana y al llegar el viernes monta en su moto, se emborracha y se mete en peleas. La realidad es que se trata de grupos organizados casi militarmente que luchan por el control del tráfico de drogas de forma encarnizada. Poco poético, la verdad, y muy peligroso.
Todavía muchos de la antigua escuela estaban en Canberra dando su homenaje a Roberts, pero esto ya no es lo que era. El 27 de marzo se cargaron a Anthony Zervas, hermano de un miembro de los Hell’s Angels australianos, en medio de la terminal del aeropuerto de Sydney, de una tremenda paliza, entre el pánico generalizado entre los viajeros.