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La Tentación del Mundial

La deuda

Robben agradece el apoyo de su afición tras acabar el Mundial en tercera posición, / Afp/ Robben agradece el apoyo de su afición tras acabar el Mundial en tercera posición, / Afp
Robben agradece el apoyo de su afición tras acabar el Mundial en tercera posición, / Afp

Robben agradece el apoyo de su afición tras acabar el Mundial en tercera posición, / Afp

Dicen que el fútbol tiene una deuda con Holanda. Y no es cierto. Hubiese sido un oprobio para Rinus Michels, el Ajax y la selección naranja que fascinó durante la década de los 70, que esta Holanda ganase. El buen fútbol no es patrimonio de nadie, ni está en el ADN de ningún país. Es un arte común.

Otorgar una bandera a una determinada forma de jugar es un ejercicio de nacionalismo inútil. De hecho, hemos llegado a ver a una Alemania que toca el balón como lo hacía España que, a su vez, tenía la posesión como la antigua Holanda en la que perfectamente podía haber jugado el italiano Pirlo. Italia está iluminada por la gracia de Pirlo. El influjo de Holanda ha pasado como una antorcha de mano en mano, como un balón de pie en pie, a través de jugadores, entrenadores y aficionados que aplaudían esa forma de jugar. Pero premiar a una selección que ya nada tiene que ver con aquella es como felicitar a un nieto por los méritos de su abuelo. Por otro lado, decir que los jugadores de Brasil han ensuciado la bandera nacional o la honra de un país, es mucho más que una exageración. Ellos son fruto de una serie de circunstancias, de un trabajo mal hecho y son hijos del trauma no superado de la eliminación de Brasil en el Mundial 82. En lugar de reflexionar y sacar conclusiones de los errores que cometieron en aquel partido para remediarlos, decidieron negar su juego bonito y encaminarse hacia el fútbol plomizo y aburrido de algunas selecciones europeas.

El caso es que Brasil, depués de ese Mundial, ganó dos Mundiales más, pero nadie recuerda con ilusión esas victorias ni apenas a los futbolistas que las lograron. Ya no eran el faro que iluminaba el mundo. Los títulos son importantes, pero nada es comparable a ese combinado amarillo que en España conquistó los corazones, las almas y las videotecas de todo el planeta. Brasil dejó de enamorar hace años, así que no me parecen tan graves sus derrotas recientes. Lo grave fuenquen ganasen un Mundial como el del 94 o el 2002 con ese fútbol.

Como vemos, los estilos y las formas de jugar al fútbol no son de los países sino de las personas. De hecho, estoy convencido de que Sócrates o Zico hubiesen preferido jugar con Iniesta y Xavi antes que con Hulk o Fernandihno. Y creo que Klose se llevaría mucho mejor en el césped con un croata como Modric que con un alemán como Effenberg. Ya no tiene ningún sentido hablar de venganzas entre selecciones por oprobios sufridos hace décadas. Que si Alemania contra Francia, que si Holanda contra Alemania, Argentina contra Holanda, o Alemania contra Argentina. Están formadas por personas muy distintas y juegan de forma diferente. Lo único para lo que sirve ese entorno bélico en el fútbol, es para poner sobre los hombros de los jugadores una responsabilidad nacional que no les corresponde.

Resultó especialmente triste escuchar a la grada brasileña cantar consignas contra Dilma Rousseff, la presidenta, según avanzaban los goles alemanes. Como si las victorias tapasen la pobreza, la corrupción o los muertos. O como si el equipo fuese un ejército simbólico. Se considera a los jugadores como parte de una cosmogonía donde son héroes o dioses caídos y eso no es beneficioso ni para el fútbol, ni para el país. Nuestras identidades son múltiples y encajonarnos con los traumas del nuestro país esvadir nuestras reponsabilidades. Robben no es Cruyff ni Neymar es Pelé. Son tan dististintos como el país que les tocó vivir. Aunque sea el mismo.

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