El pasado 20 de septiembre, y por tanto con meses de retraso incluyo aquí este texto, se entregaron en la Universidad de Harvard los Premios Ignobel de este año. Son los galardones que premian la investigación que, como dijo alguien que siento no recordar, primero nos hacen sonreír y, después, nos llevan a la reflexión. Vamos a tratar en detalle alguno de los trabajos premiados este año, cuatro en total, los más cercanos a la biología y dejaré otros que me parecen muy interesantes e, incluso, útiles, pero quedan lejos de lo que sé y los conocimientos no me alcanzan para explicarlos con claridad. Por ejemplo, dejaré de lado un interesante estudio sobre la física de llevar recogido el pelo en cola de caballo según su forma, tamaño y la estructura que se da a los mechones de pelo que la forman. O, en otro estudio premiado, se aclara, a partir de la mecánica de fluidos, el porqué de que, cuando llevamos una taza de café en la mano y paseamos, a veces se nos cae y otras no. El asunto de la cola de caballo lo han estudiado científicos de la Universidad de Stanford, y lo de la taza de café, investigadores de la Universidad de California en Santa Barbara, ambas en Estados Unidos y de reconocido prestigio internacional.
Bien, vamos a lo nuestro.
La Torre Eiffel
¿Cómo calcula cualquier persona, así, a ojo, la altura de la Torre Eiffel? Que, por cierto, son unos325 metros. Quizá piensan en la altura de otro edifico que conocen y lo comparen mentalmente con la famosa Torre. Vale, quizá se así, pero Anita Eerland y su grupo, de la Universidad Erasmus de Rotterdam, en Holanda, ya nos avisan de lo poco que se conoce de los factores que influyen en este proceso de comparación de edificios. Pero, añaden que ya se sabe que la postura del cuerpo influye en la recuperación del recuerdo de la altura del edificio conocido y en la comparación con la Torre. Y, por otra parte, Anita Eerland nos cuenta que también se sabe que, si se pide a una persona que represente una cantidad, simbolizada en números, en una línea, lo hará colocando las cifras más pequeñas a la izquierda y las más grandes a la derecha en esa línea imaginaria. Seguramente por eso asociamos nuestra mano izquierda y nuestro campo visual izquierdo con números pequeños y los respectivos derechos con números grandes. Para terminar, Eerland y sus colegas proponen, como hipótesis, que puede ocurrir que quien se incline a la izquierda vea la Torre Eiffel más pequeña que quien se incline a la derecha. Veamos.
Los autores trabajan con 33 voluntarios, estudiantes de psicología, con 24 mujeres y edades de 18 a 27 años y, además, todos diestros. Utilizan el Wii Balance Board, de Nintendo, para manipular y medir el centro de presión, o sea, la postura de los voluntarios. El chisme este, además, avisa si se salen de la postura acordada y así se puede corregir. El desvío a la izquierda o a la derecha que se pide a los voluntarios no pasa del 2% respecto a la postura recta. Como no solo investigan la altura de la Torre Eiffel sino, en general, como influye la postura en estas estimaciones, en el experimento se les pide que evalúen alturas de edificios (incluyendo la famosa Torre), población de alguna ciudad, alcohol en una bebida, distancias entre dos localidades,…, y con sus respuestas se obtienen medias referentes a cada postura, hacia la izquierda, hacia la derecha o recta.
Los resultados están claros: mientras que mantenerse recto o inclinarse a la derecha supone casi el mismo resultado, inclinarse a la izquierda da una media casi el doble más baja. Todas las estimaciones, si nos inclinamos a la izquierda, son menores que a la derecha o recto.
Y, por cierto, los que se inclinan a la izquierda ven la Torre Eiffel, como media,12 metrosmás baja que los que se inclinan a la derecha o se mantienen rectos.
*Eerland, A., T.M. Guadalupe & R.A. Zwaan. 2011. Leaning to the left makes the Eiffel Tower seen smaller: Posture-modulated estimation. Psychological Science 22: 1511-1514.
Salmón muerto
Hace cincuenta años no era fácil hacer cientos de tests estadísticos con miles de datos; recuerden, los ordenadores solo existían para gobiernos y grandes corporaciones y no llegaban a la población en general. Ahora, con los más potentes ordenadores y su tamaño tan manejable, se puede hacer estadística casi de lo que se quiera, aunque los datos sean, si así se puede decir, innumerables. Y esto nos lleva al problema de los errores que siempre, siempre, se producen cuando se manejan estos volúmenes de datos, en ordenadores a los que una mota de polvo les puede equivocar el bit y con complejos programas estadísticos. Y si esto ocurre con las imágenes de un escáner cerebral puede provocar errores de diagnóstico e interpretación. Una imagen de un cerebro, tomada por resonancia magnética en un escaner, tiene unos 130000 voxels, unidad que equivale a un pixel cúbico, o sea, a un cubo que tiene los lados de un pixel de longitud. Un volumen, como decía antes, enorme de datos y el peligro del falso positivo. Craig Bennett y su grupo, de la Universidad de California en Santa Barbara, nos ilustran el peligro de los falsos positivos con un estudio detallado del cerebro de un muerto, nada menos que de un salmón muerto.
No nos dicen donde obtienen el salmón, quizá de la pescadería, pero mide algo más de 45 centímetros de longitud y pesa 1.7 kilos, y no estaba vivo cuando se hizo la resonancia, nos aseguran. Además, dicen que no averiguaron si era macho o hembra pues, dado su estado post-mortem, consideraron que no era una variable importante. Por otra parte, una vez colocado el salmón en el escáner, desechan cualquier método para mantenerlo inmóvil pues observan que ya, de por sí, su movilidad es muy baja. Para completar el experimento, según le hacen la resonancia al salmón, le enseñan fotografías de personas en diferentes situaciones y le piden que revele qué emoción siente al observarlas.
Pues bien, en la imagen del cerebro del salmón, obtenida mientras veía las fotos, aparecen unos cuantos voxels activos, revelando que hay zonas del cerebro que funcionan. Una de las zonas está en la cavidad interna del cerebro y mido unos 81 centímetros cúbicos. La otra zona activa, más pequeña, está en la médula espinal. Obviamente, son falsos positivos, y los autores lo demuestran pasando los datos por dos programas estadísticos diferentes que se usan para eso precisamente, para detectar falsos positivos. Lo que ya suponíamos todos pues, repito, el salmón estaba muerto. Qué se lo cuenten a Iker Jiménez.
*Bennett, C.M. y 3 colaboradores. 2009. Neural correlatos of interspecies perspective taking in the post-mortem Atlantic salmon: An argument for proper multiple comparisons correction. Journal of Serendipitous and Unexpected Results 1: 1-5.
Identificación de chimpancés
Necesitamos reconocer a quienes ya conocemos y, además, lo primero que intentamos averiguar en el reconocimiento es el sexo de la persona que contemplamos. Miramos la cara y percibimos la presencia o ausencia de ayudas visuales que ayudan a determinar el sexo. Entran el peinado, la barba, la ropa y tantos otros detalles que, a menudo, dependen de la cultura. Y buscamos el sexo de la persona porque, desde la biología, conocer o reconocer a otra persona puede que tenga que ver con la reproducción, con la pareja, con la búsqueda de pareja, con los rivales, con los que son nuestros aliados o nuestros enemigos en este asunto tan importante. Pero los primates no humanos también viven en grupos y necesitan conocer a sus semejantes y establecer su sexo. Y a Frans de Waal y Jennifer Pokorny, de la Universidad Emory de Atlanta, en Estados Unidos, se les ha ocurrido preguntarse si los chimpancés (Pan troglodytes), de los que son expertos reconocidos a nivel mundial, se reconocen, que ya se sabe que sí, y si pueden reconocerse por otra parte del cuerpo, además de la cara. Por ejemplo, por el trasero.
Trabajan con seis chimpancés adultos, de más de 12 años, y la mitad son hembras. Aprenden a marcar imágenes en la pantalla de un ordenador utilizando un joystick. Ven una imagen en la pantalla, colocada abajo, arriba, a la izquierda o a la derecha, y la deben marcar con el cursor. Cuando lo hacen, aparecen en la pantalla otras dos imágenes, una relacionada con la primera imagen y la otra no, y el chimpancé debe marcar la acertada. Si lo hace, suena una sirena y recibe una recompensa; si falla, suena una bocina y no recibe recompensa. Y así va aprendiendo.
Durante la prueba de reconocimiento, la primera imagen que ven es del trasero de un chimpancé y, cuando lo marcan con el cursor, aparecen dos imágenes de las caras de dos chimpancés, y deben marcar la cara del dueño del trasero. Traseros y caras pertenecen a chimpancés de ambos sexos de su grupo, y que por tanto conocen, y de otros grupos y que no conocen.
En los chimpancés que no conocen, no consiguen relacionar trasero y rostro. Si las dos caras son del mismo sexo y pertenecen a su grupo, el chimpancé asocia con facilidad trasero y cara. Si las dos caras son de distinto sexo, también asocian la cara al trasero sin son chimpancés conocidos. Incluso si ponemos dos caras de chimpancés, cada una de un sexo, pero que no son los dueños del trasero, el chimpancé voluntario reconocerá la cara del mismo sexo que el trasero. Es decir, los chimpancés se reconocen entre sí tanto por el rostro como por la región anogenital.
*De Waas, F.B.M. & J.J. Pokorny. 2008. Faces and behinds: Chimpanzee sex perception. Advanced Science Letters 1: 99-103.
Explosión inesperada
De este asunto ya hemos hablado aquí, aunque, parece, hasta este año no ha merecido el Premio IgNobel. Trata del peligro de explosión cuando se cura algún tipo de lesión en nuestro tubo digestivo y, en concreto, en este caso hablaremos del colon y las colonoscopias. Los premiados, liderados por Emmanuel Ben-Soussan, de la Clinique de l’Alma de París, y Spiros Ladas, de la Universidad de Atenas, precisan que se tienen que dar tres factores para que explote el colon: que haya gases combustibles, como hidrógeno o metano, producidos en la fermentación por bacterias de carbohidratos que no podemos absorber en el intestino; presencia de gases inflamables, como el oxígeno; y aplicación de una fuente de calor que, en este contexto, suele ser alguna técnica que cierra heridas y úlceras como, por ejemplo, el electrocauterio o la coagulación con argón/plasma.
Los gases inflamables y combustibles que pueden intervenir en la explosión aparecen en porcentajes muy variables y dependen de la dieta, de las bacterias del tubo digestivo y de su actividad fermentadora. Así, el oxígeno aparece entre el 0.1% y el 2.3%; el metano entre el 0% y el 26% y el hidrógeno entre el 0.06% y el 47%. Las concentraciones de metano por encima del 5% y del hidrógeno por encima del 4% son potencialmente explosivas. Y, más o menos, la mitad de los pacientes (casi el 43%) con el colon no preparado y lavado tienen concentraciones de metano e hidrógeno potencialmente explosivas. Además, se necesita que el oxígeno esté por encima del 5%. Sin embargo, también es cierto que con el tratamiento adecuado, lavados y enemas, las concentraciones de metano e hidrógeno se mantienen por debajo del 0.01% y, entonces, no hay peligro de explosión.
Para acabar, los autores hacen una revisión de los trabajos publicados sobre explosiones en el tubo digestivo humano entre 1952 y 2006. Encuentran 20 casos de explosión: 11 en medio de una operación y 9 durante colonoscopias. Se produjo perforación de colon en 9 casos, lo que requirió cirugía, y una de estas perforaciones acabó con la muerte del paciente.
*Ladas, S.D., G. Karamandis & E. Ben-Soussan. 2007. Colonic gas explosion during therapeutic colonoscopy with electrocautery. World Journal of Gastroenterology 28: 5295-5298.