Un cuervo que fallecía sediento vio una jarra, y esperando encontrar en ella agua, voló hacia allá con placer. Cuando la alcanzó, descubrió con pena que el nivel de su contenido no estaba a su alcance. Él intentó todo lo que podría pensar para poder llegar a donde se encontraba el nivel del agua, pero todos sus esfuerzos fueron en vano.
Por fin descubrió que coleccionando tantas piedras como él pudiera llevar, y dejándolas caer una tras otra con su pico dentro de la jarra, el agua subiría hasta llegar a poner su nivel dentro de su alcance y así pudo salvar su vida.
Fábulas de Esopo
Esto es lo que contó Esopo unos seis siglos antes de nuestra era, con su habitual moraleja y, quizá, con más conocimiento de la conducta de los cuervos de lo que podíamos sospechar. Quizá por eso, movidos por la curiosidad, científica por supuesto, Christopher Bird y Nathan Emery, de las universidades de Cambridge y de la Reina Mary de Londres, se preguntaron si los cuervos reales se comportaban como el cuervo de la fábula de Esopo.
Trabajaron con cuatro grajas (Corvus frugileus), de la misma familia y género que el cuervo de Esopo y que podemos ver por nuestros campos. Son dos machos y dos hembras y todos tienen cinco años en el momento del estudio. Les ponen una jarra cilíndrica (18 centímetrosde alto por 5 de diámetro) con algo de agua y un gusano (Achroia grisella), que les gusta, y, cerca, todo tipo de piedras. Pues bien, con cinco intentos, el 98.4% de los cuervos aprende a echar piedras al agua para que suba el nivel y atrapar al pobre gusano. No solo eso, sino que también aprenden que es mejor echar piedras grandes que pequeñas para que el nivel del agua suba más rápido y con menos trabajo. Y también aprenden que este método no funciona si en la jarra el gusano está en serrín en vez de en agua. Ya ven, las grajas y Esopo están de acuerdo.
En el otro extremo del mundo, en Nueva Zelanda, Alex Taylor u su grupo, de la Universidad de Auckland, repitieron el experimento pero con otra especie, el cuervo de Nueva Caledonia (Corvus moneduloides), no fuera que el resolver la fábula de Esopo fuera solo cosa de grajas europeas.
Utilizan cinco ejemplares, capturados de la naturaleza, con dos hembras, tres de ellos adultos con más de dos años y dos subadultos con menos de dos años. Por cierto, se llaman Caesar, Laura, Bess, Mimic y Pepe. La jarra es como la descrita y, en el agua, en vez de un gusano hay un pequeño trozo de madera con un trozo de carne. Y se repiten los resultados de las grajas y suben el nivel del agua con piedras, aprenden a usar piedras grandes y que el sistema no funciona cuando en la jarra hay arena (en vez del serrín del estudio anterior). Los cuervos de las antípodas también han leído a Esopo, parece.
Y, ahora, volvamos de nuevo al grupo de Cambridge con dos artículos que forman parte de la tesis doctoral de Lucy Cheke. El experimento lo hace con arrendajos (Garrulus glandarius), otro córvido de nuestros bosques y malezas, difícil de ver, bastante solitario, pero fácil de oír por su garrulo y sonoro grito de alarma. Repite el experimento de las grajas, que se había hecho en el mismo laboratorio, y los arrendajos aprenden igual e, incluso, más pues consiguen subir el nivel del agua en un vaso comunicante, con forma de U, con uno de los brazos verticales estrecho, que es donde está el gusano, y el otro ancho, que es el único en el que puede echar las piedras. También los arrendajos son seguidores de Esopo.
Pero Lucy Cheke se hace una pregunta más después de establecer la sabiduría y habilidad del arrendajo, y teniendo en cuenta a la graja y al cuervo de Nueva Caledonia: y las crías de nuestra especie, los niños ¿ellos también leen a Esopo? Y repite el experimento con niños de 4 a 10 años.
Trabaja con 80 niños y, de ellos, hay 20 de 4 años, 16 de 5 años, 4 de 6 años, 14 de 7 años, 11 de 8 años, 8 de 9 años y 5 de 10 años. Hay 42 niñas. Repiten exactamente el mismo experimento de Bird y Emery (sin gusano en el agua, claro está) las grajas y de Cheke con los arrendajos, incluso con las mismas jarras.
Cheke encuentra que los niños de edad entre 5 y 7 años repiten los resultados de los córvidos, aprendiendo todos para el quinto intento. Los de 4 años también lo consiguen, pero con más tiempo. Pero, a partir de los 8 años, lo hacen con mayor rapidez, casi siempre al primer intento. Por fin, ya hemos llegado a la conclusión de que los niños también siguen a Esopo.
*Bird, C.D. & N.J. Emery. 2009. Rooks use stones to raise the water level to reach a floating worm. Current Biology 19: 1410-1414.
*Cheke, L.G., C.D. Bird & N.S. Clayton. 2011. Tool-use and instrumental learning in the Eurasian jay (Garrulus glandarius). Animal Cognition 14: 441-445.
*Cheke, L., E. Loissel & N.S. Clayton. 2012. How do children solve Aesop’s Fable? PLoS one 7: e40574
*Taylor, A.H. y 5 colaboradores. 2011. New Caledonian crows learn the functional properties of novel tool types. PLoS one 6: e26887