Los médicos forenses han descrito, no a menudo pero sin ser una rareza, accidentes fatales causados por alguna técnica de autoerotismo. Sin embargo, el equipo de E. Koops, del Instituto de Medicina Legal de Hamburgo, tras una experiencia de 20 años de autopsias y 40 casos de muerte por autoerotismo, ha encontrado tres casos que, por su rareza, han descrito en una publicación de 2005.
El primer caso es el de un bombero de 28 años que se colgó de un puente con un arnés de su trabajo y varios cinturones, alguno de los cuales le rodeaba el cuello. Murió por asfixia, no ahorcado, sino porque los músculos que intervienen en la respiración no pudieron funcionar por el propio peso del difunto (lo mismo ocurre con los crucificados). Iba cubierto por varias capas de plástico muy ceñido y llevaba ropa interior femenina.
Un estudiante de 16 años es el protagonista del segundo caso. El muerto iba vestido con un traje femenino de gimnasia y se había envuelto en plástico, sujeto con cinta elástica de embalar y, además, se autoestranguló con un cable eléctrico. Alrededor del cadáver, que apareció en su habitación, se encontraron varias revistas pornográficas.
Y, finalmente, un hombre de 28 años, discapacitado con absoluta pérdida de movilidad debido a una distrofia muscular progresiva, convenció a su enfermera de 20 años, tal como confesó a la policía, a que le envolviera en dos bolsas de basura, le tapase la boca con cinta plástica y le encerrase en un contenedor de basura en el que murió por asfixia.
Podemos seguir con este catálogo de casos que, además, al ingenio e imaginación de nuestra especie, en este caso aplicados a un aspecto muy concreto. Por ejemplo, Clive Cooke y su equipo, del Centro Médico Reina Isabel II de Nedlands, en Australia, cuentan como en su laboratorio de Patología Forense hicieron la autopsia a un hombre de 57 años que murió de un ataque al corazón cuando se masturbaba con un secador de pelo y una aspiradora.
O podemos entrar en la revisión de 408 casos de muerte por autoerotismo publicada por Anne Sauvageau y Stéphanie Racette, del Laboratorio de Ciencias Judiciales y Medicina Legal de Québec, y elegir algunos. Aquel de un hombre de 56 años que muere por insertarse un calzador en el ano, provocarse una herida con hemorragia y una peritonitis mortal; o las muertes por asfixia provocadas con butano, propano, óxido nitroso, éter, tetracloroetileno y otros cuantos gases a cual más raro; o, para terminar con esta revisión, la muerte por hipertermia, o sea, exceso de calor de un hombre de 46 años que apareció vestido con siete leotardos, uno encima de otro.
Para finalizar, el caso que nos cuentan R.L. O’Halloran y P.E. Dietz, de la Oficina del Forense del Condado de Ventura, en California, de aquel hombre de 42 años que murió asfixiado al colgarse de la pala de una excavadora de la que se había enamorado, a la que puso el nombre de Stone y a la que dedicada poesías. Entre los poemas, destaca el verso que dice “volar hasta el cielo con mi amigo Stone”. Deseo lo haya conseguido.
*Cooke, C.T., G.A. Cadden & K.A. Margolius. 1994. Autoerotic deaths: four cases. Pathology 26: 276-280.
*Koops, E., W. Janssen, S. Anders & K. Püschel. 2005. Unusual phenomenology of autoerotic fatalities. Forensic Science International 147S: S65-S67.
*O’Halloran, R.L. & P.E. Dietz. 1993. Autoeroptic fatalities with power hydraulics. Journal of Forensic Sciences 38: 359-364.
*Sauvegeau, A. & S. Racette. 2006. Autoerotic deaths in the literature from 1954 to 2004: A review. Journal of Forensic Sciences 51: 140-146.