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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Everest

El 10 de mayo de 1996, 23 personas alcanzaron la cumbre del Everest. A la vuelta, y en medio de una tormenta, 12 de ellas perdieron la vida; 8 murieron el mismo día que así se convirtió en uno de los días más trágicos en la historia del montañismo. Diez años más tarde, en 2006, ocurrió algo parecido.


En la segunda mitad del siglo pasado, conquistar el Everest pasó de ser un sueño imposible, incluso para montañeros experimentados, a un símbolo más de prestigio de una sociedad consumista. Sólo con una adecuada preparación, más una buena cantidad de dinero, un número creciente de personas puede alcanzar la cima del mundo. Y, como es habitual, este hecho inicia un debate sobre riesgo, ética y sentido común en el montañismo comercial. Hay montañeros obsesionados con alcanzar el Everest y que, para conseguirlo, llegan a ser capaces de abandonar a sus compañeros, robar equipo a otros escaladores (algo así les ha pasado hace unos días a las expediciones de Edurne Pasaban al Everest y Juanito Oiarzabal al Lhotse) y poner en peligro a sus guías y a otros montañeros experimentados. Después de todo, han ido hasta allí, hasta el fin del mundo, para conseguir algo por lo que han pagado su buen dinero y, además, han asegurado a sus amigos y colegas que conquistar el Everest está hecho.

En resumen, que no es extraño que se plantee la hipótesis de que subir al Everest ya no es algo rodeado de romanticismo y aventura para convertirse en uno más de esos objetos extraordinarios de consumo que hace que haya personas que se apunten a pasar unos días en el Laboratorio Espacial o que paguen por recorrer Groenlandia en trineo de perros. Para el Everest, el coste va de 65000 a 100000 dólares yendo en grupo, con guías experimentados y todo el equipo necesario.

Para averiguar hasta dónde hemos llegado en la transformación en la conquista de la cima del mundo, Gülnur Tumbat y Russell Belk, de las universidades del Estado de California en San Francisco y de York en Toronto, respectivamente, han entrevistado a guías, viajeros y representantes de empresas de material y de viajes, asistiendo durante varios años a la feria más importante de este sector, la Outdoor Retail Market, que este año se celebra en Salt Lake City. También, la autora Gülnur Tumbat, con amplia experiencia montañera, viajó al campamento base del Everest para conocer y entrevistar a quienes iban a escalar la montaña. En el tiempo en que permaneció en el campamento base, había 17 grupos con cerca de 250 personas de 7 países, aclimatándose y preparando la ascensión. Aproximadamente, por cada 8-10 montañeros había unos 20-30 sherpas para ayudar en la escalada.

En la primavera de 200, Tumbat se integró en tres grupos organizados por empresas de viajes, con guías, sherpas e incluso cocineros. Observó la vida diaria, en qué ocupaban su tiempo los montañeros, y entrevistó a guías, clientes, representantes de las empresas y médicos. Grabó las charlas y, aprovechando los ratos de mal tiempo, las completó trascribiendo sus observaciones personales. En total fueron 19 entrevistas, 200 fotografías, 7 horas de video, 400 páginas de transcripciones y más de 300 de anotaciones.

La autora describe como guías y clientes se mantienen, en general, separados pues ambos grupos han invertido tiempo y dinero para llegar hasta allí y sus objetivos, a veces, no son los mismos. Los clientes ven la conquista del Everest como un objetivo que mejorará al que lo consiga y le dará un enorme reconocimiento social, lo que puede provocar situaciones no muy agradables. Por ejemplo, había dos expediciones de un mismo país con dos mujeres que competían por ser la primera de esa nacionalidad en conquistar el Everest. No existía ningún contacto entre ellas, ni entre las expediciones ni entre las dos montañeras.

El conflicto habitual entre guía y clientes aparecía en los días en que se podía alcanzar cima pero el guía ordenaba retroceder pues no veía al cliente en condiciones para llegar y para volver. Tiempo y dinero invertido serán el objeto de discusión.

Para los montañeros aficionados y, todavía, románticos, el Everest se ha convertido en un “circo” o un “zoo”; para los guías es una manera de seguir viviendo la montaña y, también, una perpetua lucha con algunos clientes para demostrarles que son unos profesionales y unos “criados para todo”; y para muchos de los clientes es una forma como otra cualquiera de “comprar”, hay que reconocer que con esfuerzo, un determinado reconocimiento social. Tres grupos de personas, cuyo objetivo es el Everest, pero que, por sus diferentes intereses, no forman una comunidad. Por supuesto que hay ejemplos de verdadero montañismo, de deporte y de ayuda desinteresada (el rescate de Isabel García, Roberto Rodrigo y Lolo González es un estupendo ejemplo), pero también hay conductas difíciles de comprender y aceptar.

*Tumbat, G. & R.W. Belk. 2011. Marketplace tensions in extraordinary experiences. Journal of Consumer Research 38: DOI:10.1086/658220

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Por Eduardo Angulo

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